“Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.” Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-.” Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: “Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.” (Isaías, 40, 1-5.9-11)

Un texto alentador, que viene a desmentir lo que con frecuencia se piensa de los profetas y su mensaje: que solo están para gritar y denunciar o para augurar desgracias. Aquí el profeta aparece como portador del consuelo divino, levanta los ánimos, lleva el consuelo de la esperanza, anuncia la salvación cercana. Es un mensaje con lenguaje positivo y cargado de esperanza en un momento en que el pueblo llora su desventura. Te pongo en contexto: los israelitas todavía están cautivos, sufriendo el destierro en Babilonia; pero ya se vislumbra la caída de ese imperio y el profeta anuncia el pronto final de aquella situación desastrosa. Presenta el regreso a la patria como un nuevo éxodo, una liberación al estilo de la que ocurrió cuando la esclavitud en Egipto. De ahí todas las expresiones que aparecen en nuestro texto: consolar al pueblo, se ha cumplido, preparar un camino al Señor, se revelará la gloria del Señor, Dios llega con poder, como un pastor…

En todo caso, la consolación viene de Dios. Es cierto que actúa a través de un mediador concreto. “Consolad, consolad a mi pueblo”, es un mandato divino. Forma parte de la vocación del profeta. Y es posible que él mismo esté exiliado. El profeta, en cuando consolador, no es un ser extraño, ajeno a lo que le ocurre al resto del pueblo. Él también sufre sus calamidades, pero tal vez lo haga con una mirada más profunda. Eso hace que se vuelva consolador de los demás. En nuestro caso estamos ante un profeta anónimo. No sabemos nada preciso de la persona que está detrás del personaje. Lo único que podemos afirmar es que forma parte del mismo pueblo, que es capaz de leer los acontecimientos que se suceden con profunda fe y ver la historia futura con esperanza. 

Hay que insistir en que quien libera es el mismo Dios, no el profeta. Como tampoco lo será Ciro, un nuevo emperador, gobernante de un nuevo imperio (el imperio Persa). Uno y otro, profeta y gobernante, son apenas mediadores al servicio del mismo Dios. Los imperativos que aparecen en nuestro texto así lo revelan: súbete al monte, alza la voz, di. También dan cuenta de la misión del mensajero: ser un evangelista antes de los evangelistas. Esto es, anunciar una buena y alegre noticia de salvación. Tendrá que subirse a un monte y alzar la voz para que todos lo oigan. ¿Y el contenido del mensaje que debe proclamar? Nos lo dice el texto: “Aquí está su Dios… como un pastor”. Eso también será Jesús para su pueblo: un pastor, un buen pastor.

Pero el pueblo debe hacer algo para acoger esta novedad: preparar el camino. Se exige un trabajo de ingeniería interior. El camino hay que prepararlo en el desierto. Cosa difícil. En el desierto sobreabunda la arena. Se hace muy difícil trazar caminos. Se trata de un trabajo arduo. Desierto y camino no solo tienen una connotación geográfica, sino espiritual y existencia. Los desiertos y caminos escabrosos de la vida hay que afrontarlos con decisión y valor, lo mismo que con confianza. Dios es quien encabeza la caravana de regreso a casa. Por eso, los oyentes del mensaje profético tendrán que abrir el corazón a la novedad que está proponiendo. Si bien es cierto que cualquier crisis puede llevarnos a la desesperación y al apagamiento de la ilusión, no es menos cierto que también puede llevarnos a la reflexión y al replanteamiento de la vida. El mensaje de nuestro profeta es un canto de esperanza en vísperas de la liberación. A eso precisamente nos invita el Adviento, en cuanto tiempoque nos ayuda a prepararnos para la venida del Señor.