Brújula

Sor Verónica De Sousa, fsp

Estamos ya en la Novena de Navidad y muchas de nuestras comunidades celebran las “Posadas”, algunas, virtuales. Otras, ¡como siempre! En estas tardes más fresquitas y serenas, pienso que, en la cronología bíblica, es el tiempo del viaje de un matrimonio muy joven y especial: ella, una adolescente embarazada, subida en un burrito. Él, joven también, silencioso, cuidando a su esposa y al bebecito que está por nacer. José era de Belén, de la casa y de la familia de David. Apenas un caserío, del que Miqueas había dicho: “Mas tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre las aldeas de Judá, de ti saldrá Aquel que ha de dominar en Israel” (Miq 5,1).

Aquel carpintero de Nazaret era tan sencillo e insignificante como su pueblito, pero no era que eso le importara. Justo, humilde y sabio como era, sabía que no por ser el más numeroso y grande de los pueblos se había enamorado Dios de su nación, sino por puro amor gratuito (cf. Dt 7,7-8). Y José pensaría que lo mismo que hizo Dios con Israel, lo hacía ahora con él: amarlo en su pequeñez, sin mérito alguno por su parte (cf. Os 14,5b). La historia de su familia estaba marcada por esa predilección de Dios por los más pequeños: Jacob frente a Esaú, David frente a sus hermanos, Salomón frente a los suyos… Además, entre sus antepasados había gente de la que la familia no se sentía tan orgullosa, por ejemplo: la prostituta Rajab o la adúltera Betsabé (Mt 1,2-16)… Pero José sabía que Dios resiste a los orgullosos, a los que se creen perfectos y se tienen en algo… pero da su gracia a los humildes (1Pe 5,5).

Mientras María, seguramente, iba meditando cómo había cambiado su destino no una, sino al menos dos veces: el anuncio del ángel, su consentimiento total y confiado al deseo de Dios, el desencanto de José y el riesgo de vida que significaba ser madre en su condición, José que ya no necesitaba más explicaciones y que asume todo con alegría e ilusión, su visita a Isabel… Y ahora caminaba hacia Belén portando en su vientre virgen a Jesús, al Emanuel, la Esperanza plena y definitiva de salvación para toda la Humanidad, el único Nombre que puede salvarnos, el Camino, la Verdad y la Vida… ¡Demasiado para una niña de Nazaret!

Y pienso también, con una sonrisa, a Natanael. ¿Cómo sería su cara de perplejidad al descubrir que de Nazaret no solo puede salir algo bueno, sino que allí comenzó lo mejor que nos ha pasado como humanidad? (Cf. Jn 1,46).  

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