Tercer Curso para Formadores

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Un día me fui desde Pinares a Bogotá con un sacerdote joven, creo que argentino. Al regreso tomamos un bus que resultó ser de los de Zipaquirá y cuando le pedimos parada al conductor, le dio una rabia tre­menda, pues se supone que era un bus expreso. Quisimos explicarle que éramos extranjeros y que nos equivocamos al tomar el bus, pero seguía y seguía, de modo que fue a botarnos mucho más allá de la Casa de Pinares. No sé si el conductor era feo, pero en ese momento llevaba una de las caras más feas que he visto (quizá la segunda cara fea me la puso un conductor alemán, una vez que pedí parada en un autobús en Berlin).

El colombiano vino a detenerse finalmente junto a un cementerio (muy bonito, por cierto). Apenas nos dio tiempo para bajar. Y no bien ba­jamos cuando ya el joven cura tenía un rosario en la mano, para empezar a rezar mientras desandábamos el camino, a pie y anocheciendo, hacia Pinares. Solo le dije: “Pero Fulano, ¿por qué no esperas a que se me en­fríen un poco las orejas?”.

Era ciertamente piadoso este curita. Pero bregar con curas es a veces algo serio. En este mismo cur­so había un sacerdote espigadito (no digo de dónde), que cuando avisa­mos que tal día del curso tendríamos un paseo, su empeño era que le dié­ramos el programa detallado del paseo. Yo, que estaba dando el avi­so, dije que no teníamos que ser tan cuadriculados (literalmente lo dije), que simplemente fuéramos y disfru­táramos. Y realmente era para disfrutar, pues fuimos a un antiguo hotel que fue de un alemán, llamado “La Capilla”, dentro de un bosque, que me pareció una preciosidad.

No era a mucha distancia de Bo­gotá, en Cachipai. En el lugar funcionaba La Central de Jóvenes, que dirigía el venerable anciano Padre Fernández (Pafer), muy querido por los jóvenes. En una ocasión nos dio una charla sobre el sacerdocio, en la que citó autores decimonónicos, so­bre todo franceses, ya muy poco conocidos.

De esta excursión recuerdo que me tocó dormir en un saloncito, con un pequeño grupo. Me quedó al lado un sacerdote brasileño, Orivaldo Ro­bles, buen amigo, con los ronquidos más vigorosos e increíbles que he oído. Yo extendía el brazo para mo­ver su cama y se apaciguaba un poco, para al instante volver a acele­rar la locomotora; esa noche, en vez de dormir hice bastante ejercicio con el brazo.

Desde Bogotá fuimos a Chiquin­quirá (dos horas hacia el norte). Vi­sitamos su impresionante Santuario Nacional de Nuestra Señora del Ro­sario de Chiquinquirá. Este templo estaba en reparación, con motivo de la próxima visita del Santo Padre en julio del 1986. El pueblo me lució bastante pobre.

El primer Obispo de esta Dióce­sis fue Mons. Alberto Giraldo, a quien ya conocíamos, por el curso de Medellín (Primer Curso Para Formadores; hablaba de unos seminaristas tan piadosos que casi le pe­gaban la gripa al Santísimo). Yo lo apreciaba, además, porque él era amigo de varias religiosas dominicanas del Cardenal Sancha que trabajaban en Colombia, especialmente en Cúcuta. Pude visitar las de Bogotá cuando estaba allá la Hna. Rosita Rodríguez (pariente de Fred­dy Cruz, de Licey). Prepararon ese día un sabroso asado en el gran patio del Colegio.

Visitamos también la Villa de Leyva; al ir, pasamos por Boyacá, en cuyo famoso puente se realizó la batalla decisiva para la independencia de Colombia, dirigida por Simón Bolívar. Hay un gran monumento (de Müller), un obelisco, una llama perpetua…

La Villa de Leyva es muy colonial: calles empedradas, iglesia de 1530, tejas, bahareque… un lugar tranquilo y hermoso, con muchas flores; hay un hotel-restaurante llamado Duruelo, regentado por religiosas. Algunos niños vendían a los visitantes amonitas, una especie de concha fósil en espiral; me hubiera interesado comprar alguna, de no ser tan caras (para mi pobre presu­puesto). Me conformé con dos pe­queñas garzas hechas de semilla de tagua que toda­vía conservo, y dos gorros de lana tejidos a mano, para mis viejos. A pocos kilómetros está el Convento del Ecce Homo, en cuyo frente hay huevos de dino­saurios fosilizados.

El camino hacia Villa de Leyva es puro desierto (Boyacá). Pasamos también por Tunja y entramos a Zipaquirá; por supuesto, visitamos la impresionante Catedral de sal. De esta ciudad es el querido Padre Luis Medina, creo que uno de los partici­pantes de más edad en el Primer Curso para Formadores. El otro sería, quizá, José Asunción Bar­bosa; éste tuvo una intervención en una de las clases, en que aludía a algún cronista colonial, que relataba el hecho de que en Nueva Espa­ña (actual Méjico) había mujeres españolas esperando que llegaran caballeros de la nobleza española para casarse; pero como vieron que tardaban, “se dispusieron, sin remilgos, a crear una nueva raza”. Como este Padre era algo chistoso, se hace difícil olvidar esta frase.

También visitamos el embalse de Neusa, un lago artificial, hacia el Norte. Lugar de recreo, bonito y muy bien arborizado.

En este curso de Pinares conocí a los Padres Freddy Sandoval, de El Salvador y Guido Villalta, de Costa Rica, a quienes encontraría luego en diversas ocasiones; Guido llegaría a ser encargado del Devym, en el Celam. También al Padre Efraín Villalobos, que luego fue condiscípulo del Padre Dionisio Suárez, en Salamanca, España.

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