Así dice el Señor Dios: “Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.” (Ezequiel 34, 11-12.15-17)

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En la literatura antigua la imagen del pastor aparece vinculada a la de los reyes. La Sagrada Escritura no es ajena a esta realidad. En Israel los reyes ejercían la función de pastores respecto a su pueblo. No ha de extrañar que el más prominente rey judío haya sido pastor: David. Hoy, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, descuella esa figura en el texto que reflexionamos. El mismo nos pone a pensar en el capítulo 10 del Evangelio según Juan, donde Jesús es presentado como el Buen Pastor. En nuestro texto ese Buen Pastor es el mismo Dios. Es presentado bajo esta figura en una sección muy importante del libro del profeta Ezequiel, cuya característica predominante es la esperanza en el contexto del restablecimiento de Israel después de la catástrofe del exilio.

En efecto, nuestro texto está tomado del capítulo 34 del libro del profeta Ezequiel, parte esencial del segundo período de su actividad profética.  En esta segunda etapa de su misión al profeta se le encomienda la tarea de confortar al pueblo con mira a una inminente restauración nacional. Desde el presente que vive el profeta echa una mirada al pasado y descubre el desgobierno en que ha estado sumergido el pueblo; luego mira hacia el futuro y descubre posibilidades insospechadas. La mayor de todas, Dios mismo pastoreará a su rebaño.

Sorprende, sobre todo, las acciones que se atribuyen a Dios, pastor de Israel, respecto a su rebaño. Los verbos nos la revelan: buscar, seguir su rastro, liberar, apacentar, hacer sestear, recoger, curar, guardar. Y el último verbo pareciera desentonar: juzgar. Sucede que, además de pastor y rey, éste es juez. Otra vez la figura del rey David viene a la memoria. Y en este último sentido destaca la de su hijo Salomón. El juicio consiste en discernir entre oveja y oveja (¡no todas las ovejas son iguales!), entre carnero y cabra. En esa línea va el evangelio que se nos propone para este día. Y no olvidemos que también hay leones con piel de ovejas. La tarea del pastor, precisamente, será cuidar las ovejas de los posibles depredadores que aparecen camuflados.

Volvamos a nuestro texto. En realidad, el juicio del que aquí se habla es el que Dios realizará contra los pastores de Israel (los reyes de entonces) que no han sabido cuidar de las ovejas. En vez de interesarse por el bienestar de ellas han buscado sus propios intereses. El egoísmo y el abuso de poder han sido las notas dominantes de su ejercicio gubernamental. A lo largo de los años los reyes israelitas fueron entendidos como intermediario de Dios en el cuidado del pueblo, pero muchas veces no realizaron su misión como era de esperarse. Por eso serán llamados a juicio y se les quitará el pueblo que Dios le ha confiado. Los machos cabríos y carneros son los poderosos de la sociedad que abusan de los débiles y pequeños. El mismo Dios lo pastoreará en adelante. Dios decide recobrar lo suyo y dedicarse él mismo a su cuidado. Expresiva imagen del profeta para decirnos cómo se comporta Dios con el ser humano.

Y para terminar y cerrar el año litúrgico, un párrafo que puede ayudar a la reflexión comunitaria: «Una comunidad dice mucho cuando es de Jesús. Cuando habla de Jesús y no de sus reuniones. Cuando anuncia a Jesús y no se anuncia a sí misma. Cuando se gloría en Jesús y no en sus méritos. Cuando se reúne en tomo a Jesús y no en tomo a sus problemas. Cuando se extiende para Jesús y no para sí misma. Cuando se apoya en Jesús y no en su propia fuerza. Cuando vive de Jesús y no vive de sí misma … Una comunidad dice mucho cuando es comunidad de Jesús. Una comunidad es fuerte cuando Jesús dentro de ella es fuerte. Una comunidad pesa cuando Jesús dentro de ella tiene peso. Una comunidad marcha unida cuando Jesús está en medio. Una comunidad se extiende cuando extiende a Jesús. Una comunidad vive cuando vive de Jesús. Una comunidad convence y llena cuando es la comunidad de Jesús.» (Patxi Loidi, Mar adentro).