Por: Reynaldo R. Espinal

Monseñor Lino Zanini ha sido el nuncio papal de más corta permanencia entre nosotros (llegó al país en octubre de 1959 y debió marcharse a mediados de 1960) luego de haber jugado un papel estelar en defensa de la iglesia en aquellos días difíciles de persecución e incertidumbre y defendiendo con voluntad inquebrantable los derechos humanos de todos los dominicanos.

El papel de Zanini, como ya se ha escrito en pasadas entregas de esta columna, fue determinante para animar a la jerarquía y a toda la iglesia dominicana en la etapa final de la dictadura agonizante, muy especialmente, tras la publicación de la carta pastoral de enero de 1960, iniciativa qu alentó y promovió con entereza admirable.

Debido a su postura rectilínea y nada servil con el sanguinario régimen de Trujillo, debió soportar no pocas contrariedades y humillaciones. En las últimas semanas de mayo de 1960, debió trasladarse a Puerto Rico para cumplir allí una misión pastoral, dado que al nuncio del papa en la República Dominicana corresponde también representar al Santo Padre en dicha jurisdicción. Específicamente, el 22 de mayo de 1960, en su ausencia, fue llamado a la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores el secretario de la Nunciatura, Monseñor Luis Dossena a fines de comunicarle que la ausencia de Zanini: “resultaba provechosa para las mejores relaciones y la situación de la jerarquía eclesiástica en la República Dominicana, y que, por consiguiente, sería de desear que su ausencia se prolongara indefinidamente en beneficio de ese estado de cosas”.

No se precisaba agudeza diplomática alguna para convencerse de que tal requerimiento, en fondo y en forma, equivalía a una implícita declaración, “en ausencia”, de persona non grata, la más humillante de las medidas que contra un representante diplomático puede adoptar un Estado Receptor.

Pero no se detuvieron con la precitada medida las represalias adoptadas por el régimen contra Zanini. Regresa al país  el 26 de mayo   y dos días después, Trujillo, secundado por Johnny Abbes García, preparó, para humillarlo, una treta de mal gusto. Balaguer la describe en los siguientes términos:

“Hicieron circular por toda la República invitaciones falsas para una recepción que debía celebrarse en la Nunciatura papal con motivo del regreso de una visita ocasional hecha por Zanini a Puerto Rico. Trujillo acompañado de centenares de funcionarios se presentó en la Nunciatura en la hora señalada. Fue recibido por una monja que acudió a abrirle cortésmente la puerta. La sonrisa indulgente de aquella santa lo detuvo, obligándolo a retirarse avergonzado. Zanini celebró sarcásticamente la burla de aquella intriga de mal gusto, pero me expresó algunos días después durante la visita que le hice en la Nunciatura para anunciarle la intención del gobierno de enviar a Roma en Misión Especial al canciller Herrera Báez, que todas las personas que habían intentado hacerle daño, habían sido castigadas por las manos de Dios con la muerte o con desgracias aún peores.

Zanini, al hacerme en un momento de intimidad estas revelaciones, me habló poseído del carácter extrahumano de su misión como representante de un poder derivado directamente del Salvador del mundo.

La odiosa propaganda del régimen inventaría la falsa información de que un individuo de nombre Ignacio Agramonte había recibido la referida invitación a la fallida recepción, pero que se había rehusado a aceptarla, solicitando al Nuncio que se marchara del país.

En dicha publicación se recriminaba a Zanini en los siguientes términos:

“En vez de enviar invitaciones, ¿por qué no osáis retiraros de un país en el cual no sois lo suficientemente grato para poder ejercer tranquilamente vuestra sagrada función? Y si os quedáis, ¿por qué no os recogéis a la quietud de vuestros templos a orar para que nuestros mandatarios sean iluminados por Dios en la pesada tarea que tienen encima?.

Zanini marcharía por esos días a Roma para no regresar al país. Pocos meses después, el tirano era ajusticiado la noche del 30 de mayo de 1961, camino a San Cristóbal.

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