Me referiré al político dominicano que se respeta, ese que carga con múltiples dilemas y forzadas inquietudes que lo atormentan, le quitan el sueño y le provocan tantas meditaciones que en no pocas ocasiones piensa dejar todo y dedicarse a la vida privada. Resalto que la mayoría que conozco tienen buenas intenciones.

¿Qué hago aquí? ¿Qué necesidad hay de aguantar esto en vez de estar tranquilo en mi hogar? Luego recurre a la filosofía y a los principios, buscando respuestas que justifiquen su presencia en un escenario cargado de luces y sombras, porque sabe que apartarse es cobardía.

Y lo mantiene en pie de lucha y animado su anhelo de ser útil al prójimo, sentirse en paz con sí mismo y frente a la sociedad, empeñado en dejar positivas huellas en su camino. Eso lo hace feliz. Estas razones marcan la diferencia entre los políticos que trascienden en el bien de los que habitan en el fango.

Reflexiono sobre el “deber ético”. El “deber” es una obligación, algo que necesitamos cumplir, siendo lo ideal hacerlo por convicción y con plenitud de conciencia, independientemente de que nuestra falta implique o no una sanción moral o legal. En este sentido, Immanuel Kant escribió: “La mayor perfección del hombre (del ser humano) es cumplir el deber por el deber”.

Mientras que la  “ética” se enfoca en nuestro comportamiento y su relación con el bien y el mal y los preceptos morales. La “ética” es hermana siamesa de la libertad y de la justicia.

Entonces, el “deber ético” es hacer lo correcto, incluso si no estamos del todo de acuerdo con las decisiones adoptadas; ese “deber ético” se impone más allá de nuestros criterios personales o gustos.

Si bien es cierto que el “deber ético” abarca todos los escenarios donde los ciudadanos actuamos, su trascendencia es mayor en la medida de que quien tiene la responsabilidad de respetarlo, a la vez ejerce funciones de dirección y ha de ser ejemplo a seguir en la institución que lidera.

El que dirige lleva en sus hombros un compromiso mayor que aquel que es dirigido. Ha de actuar de tal modo que lo que haga sirva de digna referencia, que implica a la vez eficiencia y vocación de servicio. No basta ser honesto, eso no es suficiente si no va acompañado de un apreciable trabajo guiado hacia el Bien Común.

En el ámbito político el “deber ético” es crucial y abarca el delicado arte de lograr una razonable armonía con las debilidades humanas, repleta de caprichos y necedades. Y en los que amamos la política, ese “deber ético” tenemos que mantenerlo eternamente tatuado en nuestros corazones, hechos y pensamientos.