Podría ser un día

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Lo que haría falta es decisión, coraje, lanzarse sin mie­do

no a una aventura, sino a la vo­cación que nos es propia

 

 

Sí, podría ser un día en que todos los hombres y mujeres auná­ramos esfuerzo para ser mejores y ayudarnos los unos a los otros. Un día donde abandonáramos las divisiones, el racismo, todo tipo de discriminación, adentrarnos en el mundo del otro y ser fraternos. Comprender que somos diversos, pero que somos uno en el día a día de buscar y vivir una vida mejor, pues en definitiva de lo que se tra­ta es de vivir esta vida prestada que nos la ha dado Dios.

Nuestro mundo es más viejo que nosotros. Lo que había antes del espacio que habitamos no lo sabemos. Lo que hay más allá tampoco, solo nos anima la aventura de ver cada día salir el sol, recibir su energía y mantenernos en el camino mediante la lucha por hacer las cosas diferentes y me­jores. Todos tenemos ese mismo deseo, todos estamos hechos del mismo material. Variarán los colo­res y las formas pero la sustancia que nos sostiene es la misma y siempre lo ha sido, y tal parece que así seguirá.

Entonces, por qué tanto anta­gonismo y balbucear tonterías en pro de actitudes que no nos llevan a las verdaderas realizaciones de los que somos o de lo que estamos llamados a ser.

Por qué tanta división de clases y apariencias, y por qué la búsqueda de lo banal y no de aquello que dé soporte a nuestro universo y nos ayude a ir más allá de nuestras simples e individuales realizacio­nes.

El ser humano se retuerce cada vez en su cama de hilo fino, apa­rente, pero delgado, capaz de consumirse en cualquier instante, a sa­biendas de que está llamado a lo grande, a ir más allá de sus meras realidades, pues así como tan infi­nito es el universo, él también lo es en sus posibilidades.

Podría ser un día en que nos demos cuenta de todo esto y em­pecemos a caminar de nuevo, con un rumbo más fijo, con unas metas más definidas, con mayor conciencia en nuestro destino y en lo que estamos llamados a ser en este an­cho universo que nos arropa y re­basa. Podría ser un día en que re­conozcamos al otro como lo que es: mi hermano y compañero de camino, no mi enemigo y adversario, aquel que está para que le ayude, aquel que está para ayudarme. Todo esto no es simple utopía, es la realidad a la que estamos llamados, pero la sordera es grande y la visión se desvía, pero la conciencia sigue con su voz acuciosa hablándonos, diciéndo­nos, recordándonos ese día que habrá de llegar.

Hay muchas razones para de­mostrar lo contrario de ese día, pero hay suficiente y bastante fe para avalarlo. Lo que haría falta es decisión, coraje, lanzarse sin mie­do no a una aventura, sino a la vo­cación que nos es propia. El hombre, la mujer, están en el mundo para mucho más de lo que son, no deberían perderse en la situación de bienestar que pueden conse­guir, pensando que ya llegaron. Hay algo más, tal vez ni lo sabemos en sí, pero ese algo grita en nosotros, golpea nuestro interior, y en ocasiones muchas nos lo re­cuerda en nuestro actuar.

Hay todo un sendero que an­dar. Lo estático no es lo nuestro, hay la necesidad de moverse, de caminar, de correr y de volver a caminar, siempre hacia delante. Mirar atrás solo para no volver a errar en la tarea que está en nuestras manos, trabajo supremo de no detener al mundo y al universo con nuestras pequeñeces, sino abrirlo a la grandeza que le es propia y que a nosotros también. Tal vez todo esto no está lejos, está más cerca de lo que pensamos, todo esto po­dría ser un día, podría ser cual­quier día.

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