Del libro Vivir o el arte de innovar, de Mons. Freddy Bretón

Monseñor Freddy Bretón Martínez

Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros

SEGUNDA PARTE

Antes se había dicho, refiriéndose a Cristo: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”(Juan 1,46). Pues en Galilea está Nazaret, y galileos son los que ahora hablan y todos los entienden, como si fueran maestros de famosas escuelas de idiomas los que, en su mayoría, apenas están alfabetizados. Y el asombro dio su fruto: 

“Aquel día se les unieron unas tres mil personas” (Hechos 2,41). ¡Pentecostés es ahora verdadera cosecha! Nunca soñó subir tan alto el trigo, o la uva. Pero, como siempre, algunos tomaron el misterio en broma y decían: “Están borrachos” (2,13). Y, en cierto modo, no estaban lejos de la realidad pues el Espíritu había puesto a los discípulos, aun con los pies en la tierra, a volar por lo alto, como no hay estupefaciente que pueda lograrlo. Dios está cumpliendo puntualmente sus promesas, pero siempre habrá quien no sea capaz de reconocerlo, y prefiera irse por la tangente. 

Dios también había hablado muy claro por medio del profeta Joel: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu aquel día. Haré prodigios en cielo y tierra…” (3, 1-3). Y más claro no podía decirlo el mismo Cristo: 

«El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.» Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.” (Juan 7,37-39). 

El Espíritu Santo no se ha alejado nunca de la Iglesia, por más que haya variado mucho nuestra conciencia respecto a su presencia; si se hubiera alejado por completo, no existiríamos. Nuestro pecado lo espanta, pero lo atraen como imán los verdaderos creyentes, los que obedecen los mandamientos de Dios. Estas personas han hecho posible, por la gracia de Dios, la permanencia del Espíritu en medio de su pueblo. Piénsese, por ejemplo, en San Efrén Diácono, teólogo del siglo cuarto, conocido como “la lira del Espíritu Santo”, pues tan finamente vivía y cantaba el misterio de Dios. (Cf. Papa Benedicto XVI, Catequesis del 28 de noviembre de 2007). 

No siempre me siento complacido cuando oigo en la Iglesia hablar del Espíritu Santo como el preterido, el olvidado, el arrinconado… Nadie duda del fuerte impulso, de la gran renovación que vive la Iglesia, gracias a la mayor conciencia de la vida en el Espíritu. Por eso, el Papa Francisco ha tenido palabras de elogio para la Renovación Carismática, que acaba de celebrar un evento en Roma. Pero me gusta repetir que a mí no me enseñaron a hacer la Señal de la Cruz solo en el nombre del Padre y del Hijo, sino “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, ni me enseñaron a decir gloria al Padre y al Hijo, sino “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo”. Y en la liturgia estaba siempre muy presente la referencia o alabanza dirigida al Santo Espíritu. Tampoco escuché a mis antepasados aclamando solo al Padre y al Hijo, pues también los oía decir: “Ay, Espíritu Santo…” o “Ven Espíritu Santo…” Y de ellos aprendimos incluso cantos dedicados a la tercera persona de la Santísima Trinidad, varios de los cuales recuerdo todavía. Es muy bueno que la presencia del Espíritu llene toda la Iglesia, y que encuentre corazones dóciles, dispuestos a acatar gustosamente el dictamen de la Madre Igle- sia, encargada de vigilar y discernir respecto a los carismas pues, según dice el Apóstol Pablo, “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común” (1 Cor 12,7). Pero puede suceder que al carisma antepongamos el capricho, y la Iglesia debe poner su atención en ello. 

Recordaré, en fin, que al mismo Espíritu le gusta a veces andar de incógnito. Hay que saber que, aunque Éste no presente su “carnet de identidad”, si alguien –con buen corazón– hace el bien, o se sacrifica por los demás, o bendice a Dios… No hay duda de que por ahí anda el Espíritu de Dios. Por eso dice San Pablo: “Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.” (1 Cor 12,3). 

“Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón el día de Pentecostés).

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