CUERDOS Y RECUERDOS – Memorias

Monseñor Freddy Bretón Martínez

Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros

Hay palabras simples que por ser nuevas nos pare­cían imposibles. Una de ellas era solidaridad; incluso competíamos a ver quién podía pronunciarla fluidamente. Pero a una persona mayor no se le podía pedir que la dijera: se le enredaba la lengua.

Entre las palabras pinto­rescas estaban: guanajo, tu­nante, brigán, tajalán… sinserví, tateahí, juandelospa­lotes… entanguliar, desarbolear, sangulutiar (zango­lotear), enforforao, detelengao. Luego oí que llamaban arbolaria a alguna persona inquieta.

Pero lo grande era escu­char el latín en boca de los moradores de estas regiones. Si se deformaban las palabras castellanas, cuánto más las latinas. Además de las partes de la Misa, que la gente decía como podía (dó­mino bobico; e cumpiritutú: Dominus vobiscum, et cum spiritu tuo).

Como se sabe, la gente acudía mucho al rezo del Magnífcat. Al derecho servía para librar de peligros; al revés, para bajar a las brujas de los árboles.

Cuando yo era estudiante de latín en el Seminario Me­nor, se me ocurrió pedirle a mi madre que rezara el Mag­níficat. Empezó, y a poco tiempo ya yo no podía contener la risa (muchacho al fin); era increíble la transformación que había sufrido la oración. Ella se enojó conmigo (por supuesto), y me dijo que jamás le pidiera re­zarlo de nuevo. Cuando oraban, lo hacían en serio, con un gran respeto.

Pero muchos años des­pués, me vi entre dos herma­nos que, en medio de tragos, se violentaron, llegando casi al punto de agredirse, y una dama presente –sabiendo que yo era seminarista– se puso tan nerviosa que me echó mano por las empellas y me dijo: “¡Rézale la manífica al revés!” Yo me sorprendí y casi me incomodé. Pero Dios me favoreció apa­ciguando a los dos herma­nos, y no tuve que intentar tan difícil ejercicio.

De un tío militar, que ha­bía caminado mucho por el país escuché la palabra gali­pote. Solo cuando fui al Sur, siendo ya seminarista ma­yor, oí por primera vez bacá. Viviendo en Santo Domingo aprendí otros términos no usados en mi región: pregenio (sentido común, juicio), pelechar (luchar, afanar), marotear (recoger o tomar algo gratis para comer o llevar; como frutas…); levente (despistado, como ido, sin rumbo).

Pero en la Capital, aparte de querer que metiéramos ele por todos lados (comel, en vez de comer…), debía­mos abandonar algunos términos castizos, por el solo hecho de que olían a cibae­ño. Así, no podíamos decir paila: había que decir cal­dero; y lugar en vez de sitio; hasta la fecha, en algunas partes del Sur se piensa que la palabra sitio no es del cas­tellano, sino del cibaeño.

En verdad, en el Cibao era un desastre la pronuncia­ción de términos anatómicos y médicos. Todo era festivo, incluso el celebro (cerebro); pero hace solo unos días que escuché en el Sur a una dama preguntando, “¿Dónde están loj anale?” (los análisis).

En varias regiones del país todavía es chistoso ver cómo traducen las expresio­nes clínicas. Pero la confu­sión se da también en el uso de otros términos. Hace poco escuché a una autoridad de un pueblo, decir que un lugar era muy sólido. Pero se refería a un lugar solitario.

La palabra ocupa un lu­gar central en nuestro ministerio sacerdotal, sobre todo en la Liturgia. Piénsese en­tonces en lo que hemos teni­do que sufrir escuchando a menudo lecturas apenas comprensibles. Desde que era jovencito escuché a Ramón De Jesús decir que fue a una comunidad de Cevicos de Cotuí, su tierra, y en una celebración pusieron a hacer la lectura bíblica a una joven. Esta empezó y si­guió y nadie pudo entender de qué trataba la lectura, hasta que al fin dijo, como parte final de ella: “Y… do­minicano, ¡tierra!”.

En realidad el texto terminaba diciendo: “Y los justos dominarán la tierra”. Puede ser que, además de la impericia y los nervios, las luchas agrarias de la zona la estuvieran afectando en gran medida.

Por supuesto, a mí también me ha tocado padecer. Son clásicos unos cuantos casos, como el que me pasó en las lomas de Navas (Los Hidalgos, Puerto Plata). To­caba la lectura del martirio de Esteban, y el joven al que puse a leer dijo: “Y los ju­díos, al ver a Esteban… re­chinaban los dientes de arriba.” Yo pensé que este sería el primer milagro de Este­ban, que le rechinaran solo los dientes de arriba. Pero el texto decía “de rabia”. (Otro leyó: “Y dando un grito tintorero…” El libro dice “es­tentóreo”, muy fuerte). 

A un presidente de asamblea lo puse a leer el texto de la anunciación de Sansón. Leyó: “El ángel le dijo: tu hijo será nariz de Dios desde el vientre de su madre”. Co­mo en el relato se repite la escena, pues la mujer le cuenta todo de nuevo a su marido, esperé que corrigie­ra, pero repitió “nariz de Dios”. El pasaje decía “Será nazir de Dios” (es decir, consagrado). Me tranquilicé un poco pensando, que des­pués de todo, aunque fuera nariz, pero era algo de Dios.

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