Monseñor Francisco Panal: Su valentía profética en tiempos difíciles

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SEXTA PARTE

 

enemigos– más que centros de corrupción y antros de conspiradores? ¿Qué prelado o ministro del Señor oficiará en esta función religiosa si todos ellos, desde el mismo Romano Pontífice hasta el simple clérigo, no son más que corruptores de juventudes, instructores de la maldad y del crimen, traidores a su Dios y a su Patria, agitadores de las turbas contra los legítimos gobiernos y explotadores sin conciencia de la Fe Cristiana, etcétera?

¿Qué ritos y ceremonias usaremos hoy en vuestra presencia si –para nuestros enemigos– la Liturgia Sagrada no es sino superstición, farsa ridícula e hipócritas acciones sin sentido?

Es preciso pues amado Jefe que siquiera sea espiritualmente, con un acto de desagravio, con una reparación amorosa, levantemos la execración que pesa sobre todo lugar sagrado y la profanación hecha de todo lo santo, y rehabilitemos las personas o ministros sagrados, para que puedan desempeñar sus funciones ministeriales en este momento.

Para ello es preciso que, –puestos todos de rodillas– repitan a una voz conmigo, con viveza y gran dolor: ¡Viva la Iglesia Católica, Apostólica y Romana! ¡Viva el Romano Pontífice, vicario de Cristo, Pastor y Jede Supremo de toda la Cristiandad! ¡Viva la Jerarquía Eclesiástica Dominicana! ¡Viva nuestro Clero y pueblo católicos! ¡Viva todo lo divino y sagrado de nuestra religión!

Ojalá que estas nuestras voces de reparación hayan desenojado a Nuestro Señor de las tantas gravísimas ofensas inferidas a su divino corazón, al maltratar de tantos modos y descaradamente a Su Esposa la Santa Iglesia Católica, a su representante el Sumo Pontífice, a sus ministros los Jerarcas Eclesiásticos, a su Clero y Fieles Católicos. Ojalá que así mismo los lugares y personas y cosas sagradas hayan quedado libres de toda execración y rehabilitación en su carácter sagrado.

Ya seguros de que estamos en lugar santificado de nuevo, me complazco en daros la más calurosa, entusiasta y ferviente bienvenida.

Bienvenido seáis, Excelentísimo Señor, a la Ciudad de la Vega Real, que hace tiempo espera con dulce impaciencia; para confiaros sus necesidades, a fin de que se las remediéis, y sus penas para que se las consoléis, como Vos sabéis hacerlo –cuando os place– con la ayuda omnipotente de Dios.

Bienvenido seáis, Excelentísimo Benefactor de la Patria, a esta Santa Iglesia Catedral, casa de Dios y de todos sus hijos, para –en unión de todos los aquí presentes– postraros de hinojos ante el Señor de cielos y tierra, a rendirle –en primer lugar y con el más perfecto y sublime acto de adoración: la Santa Misa– un solemne reconocimiento de su poder, sabiduría y amor infinitos, que tiene sobre todas sus criaturas visibles e invisibles; en segundo lugar, para agradecerle una vez más, en masa con vuestro pueblo católico vegano, los preciosos beneficios que se ha dignado distribuirnos por vuestras manos, en los 30 años que os tie­nen al servicio de la nación; también ­–en tercer lugar– para implorar del Altísimo la conservación de los divinos dones y beneficios que ya poseemos y la consecución de otros más que nos faltan todavía; y finalmente para satisfacer a la Justicia Divina y pedirle misericordia y perdón para nosotros todos pecadores, que la exacerbamos con nuestras depravaciones y delitos múltiples, públicos y secretos.

Sed pues, bienvenido, Excmo. Señor, a cumplir bien los designios de Dios con nosotros, y a compartir con vuestro pueblo sus alegrías y penas.

 

Continuará en la próxima entrega.