Por: Isabel Valerio Lora, MSc.       Email:isabelvlora@gmail.com

“El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad”. Aristóteles.

Todos los padres quieren fomentar en la crianza de  sus hijos  ciertos valores para que sean adultos honestos y de bien, por lo que la primera vez que descubren a su hijo mintiendo, le resulta muy desagradable.

La Real Academia Española refiere que mentir, es decir conscientemente lo contrario de lo que se piensa. Bermejo añade que mentir es también ocultar con una intención perversa hechos y datos, y que solo se miente para lograr un beneficio a costa de los demás. La mentira sería un instrumento de reducción de la ansiedad o culpa, es una especie de mecanismo de defensa.

Investigaciones psicológicas han encontrado que mentir es parte normal de la infancia y que  es un hito en su desarrollo. Entre los tres y los cinco años, todos comenzamos a mentir. Las causas más frecuentes de las mentiras en los niños son el miedo al castigo o a poder defraudar a sus principales figuras de referencia. Tras lo cual, el cerebro puede aprender que si mediante esta estrategia consigue eludir responsabilidades o aliviar malestar y ansiedad, mentir resulta un mecanismo fácil y muy poderoso que está a su disposición y que puede ser útil para modificar y manipular el resultado de lo que está sucediendo.

La psicóloga Victoria Talwar, PhD, de la Universidad McGill, habla sobre por qué los niños mienten, cómo la mentira está ligada al desarrollo cognitivo, cómo los niños entienden la moralidad de la mentira (incluidas las áreas grises de guardar secretos y chismes) y cómo los padres pueden alentar a los niños  a decir la verdad.

El origen de un mentiroso puede estar originado en la infancia, etapa evolutiva en la que es  más común mentir por la formación de la capacidad imaginativa y obteniendo el niño placer por ello. Pero si no se gestionan bien las mentiras esto puede terminar siendo un problema serio.

Cuando descubrimos que el niño ha mentido, en vez de regaños y castigos se le debe enseñar a diferenciar entre fantasía y realidad. Además, debemos fomentar un entorno saludable en el que no se use la mentira para evadir responsabilidad.

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