La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento. (Sabiduría 6, 12-16)

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Un canto a la sabiduría. El autor lo pone en boca del rey Salomón. De ella se dicen dos adjetivos: es luminosa y no se marchita. Como las hojas de algún árbol en plena lozanía golpeadas por un sol radiante. Solo la ven y la encuentran los que muestran deseo de ella, sentir su necesidad. Como es obvio, quien se siente autosuficiente y satisfecho de sí mismo no dará con ella. Solo se da a conocer a quienes la desean. Además, se nos describe el comportamiento de la sabiduría con un dejo de coquetería: “va de un lado a otro buscando a quienes la merecen… les sale al paso en cada pensamiento”. Como diciéndoles: “aquí estoy, atrápame”. O “aquí estoy, déjame entrar en tu corazón”.

Se nos describe, por consiguiente, la dinámica de un encuentro entre la Sabiduría personificada y la persona que la desea y busca. Y, como suele suceder en la Biblia con las realidades que guardan una cierta excelencia con respecto al ser humano, es doña Sabiduría la que toma la iniciativa. Ella es la que se deja ver, se deja encontrar, se da a conocer, se hace desear, se sienta a la puerta como esperando a que pase el transeúnte de turno, va de un lado a otro. Se hace la encontradiza. Sí, así mismo, como el Resucitado a aquellos dos discípulos. Los movimientos que se describen de la Sabiduría dan la impresión de que el camino se va acortando poco a poco entre ella y quien la desea.

Pero no todo depende solo de la Sabiduría para que el encuentro se haga realidad. El ser humano también tiene que poner de su parte: desearla, amarla, buscarla. Todos, verbos que tienen que ver con la voluntad. Desear, amar y buscar la Sabiduría es un acto de la voluntad. El deseo madruga por ella, mientras que el pensamiento vuelve sobre sí mismo esperando encontrarla. Pero todos esos movimientos humanos no son para atraparla, sino para acogerla. Al fin y al cabo, es ella la que nos espera sentada o se acerca para entrar en comunión con el hombre. La gracia siempre precede la iniciativa humana. Por eso también es oportuno pedirla. Recordemos que es uno de los siete dones que nos regala el Espíritu Santo.

Con este elogio a la Sabiduría se expresa también la dinámica de la salvación. Dios toma la iniciativa de acercarse al hombre para salvarlo, mientras que éste madruga por él. Me recuerda al orante que está detrás del salmo 63: “¡Oh, Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti…”. Es la actitud de cualquier persona que está interesada por algo, que anhela alcanzar. Se trata del deseo como apertura: “mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua”, continúa rezando el mismo salmista. Así como la tierra reseca no sale corriendo tras la lluvia, sino que la recibe, igual sucede con quien se abre a la Sabiduría y a la gracia divina. No tiene que esforzarse, pues “la encuentra sentada a su puerta”. El ser humano solo tiene que tomar conciencia de que la gracia está presente, junto a él, esperando que le abra la puerta. “Estoy a la puerta y llamo…” recoge un conocidísimo versículo del libro del Apocalipsis. Podemos decir que la Sabiduría, tal como se nos plantea aquí es un verdadero camino espiritual para el encuentro con Dios. Como comprenderá el lector, al hablar de Sabiduría se toma distancia con respecto a nuestra idea de conocimiento.

Es indicativo de ello que, junto a la Sabiduría, aparece en nuestro texto la prudencia, que no es más que una forma de sabiduría práctica. El hombre prudente es identificado con el hombre sabio en muchos textos de la literatura sapiencial bíblica. Y viceversa, el hombre sabio es el que actúa con prudencia. Pero en nuestro caso, no se trata de la prudencia en la toma de decisiones, sino en la sabiduría como una realidad que abarca todas las dimensiones del ser humano: pensamiento, sentimiento y voluntad. Toda la persona con sus diversas facultades se ve impactada por doña Sabiduría.