La fotografía tiene esa gracia
de separar lo esencial del todo.
En ese afán artesano de esperar
el momento oportuno
todo lo demás se opaca, desaparece.
Los ojos, el instinto y el corazón palpitan
al ritmo no programado del ave
en procura de encontrar la mejor
y efímera composición.
Luego que logras aproximarte
a lo pretendido o de conformarte
con “lo mejor que se pudo”
miras allí y te maravillas
que con una simple insinuación
de la primavera y la radiografía
de un aleteo fugaz hayas encontrado
un inmenso momento de felicidad.
Entonces se entiende
la grandeza de lo simple.
El plan de vuelo de nuestras vidas es eso: simple.
Tanto así
que nuestro complejo mundo
no acepta esa simplicidad.
Somos pasajeros de ida
con la misión de llenar el camino
con actos de amor y bondad, gozando
y admirando el regalo gratuito
de la creación.
Todo lo demás es tiempo perdido,
prescindible equipaje de sobrepeso.