La devoción de la Divina Misericordia

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El pasado domingo 28 celebramos el Domingo de la Misericordia. El segundo domingo de Pascua es llamado de la Divina Misericordia. Y es que el Señor es grande y misericordioso. Quizás por eso Judas Iscariote, que no creyó en la Misericordia del Señor. Pensó que el Señor no iba a perdonar jamás el pecado de haberlo entregado por 30 monedas.

Muchas veces, nosotros dudamos de la misericordia del Señor, cuando nuestras acciones dejan mucho que desear y pensamos que el Señor no nos perdonará. Nos olvidamos de la misericordia del Señor: que todo lo perdona, no importa lo que sea. Eso fue dicho por el mismo Señor durante su paso por este mundo.

En el salmo el 144 el Señor se dice que es “Cle­mente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas las criaturas. El Señor es fiel a sus pala­bras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se do­blan. El Señor es justo en todos sus caminos, cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.”

Ahí vemos claramente cómo el Señor es bueno con todos y por tanto misericordioso con todos. En el Evan­gelio vemos cómo Jesús le dice a sus discípulos:

“Reciban el Espíritu San­to, a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.

Y es cuando Tomás no está con ellos en esa ocasión cuando les enseña sus heridas, en las manos, los pies y el costado diciendo “Paz a vosotros”. Entonces vuelve de nuevo y estando Tomás entonces con ellos le dice a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.” Contestó entonces Tomás: “Señor Mío y Dios Mío”, palabras que se han quedado desde esa hora en nosotros cuando el sacerdote alza el Cuerpo y Sangre de Cristo en el Altar.

Jesús le dice entonces a Tomás: “¿Porque me has vis­to has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

Santa María Faustina, nos dice el el Rosario a la Divina Misericordia: “Oh Jesús mi­sericordioso, tu bondad es infinita y los tesoros de tu Gracia son inagotables. Me abandono a tu Misericordia que supera todas tus Obras. Me consagro eternamente a Ti, para vivir bajo los rayos de tu Gracia y de Tu Amor, que brotaron de tu corazón traspasado en la Cruz. Quiero dar a conocer Tu Misericordia por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales especialmente con los peca­dores, consolando y asis­tiendo a los pobres, afligidos y enfermos. Mas, Tú me vas a proteger como tu pro­piedad y tu gloria, pues todo lo temo de mi debilidad y todo lo espero de Tu Gran Misericordia. Amén.

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