Sucedió el 30 de septiembre  del 2018, el Papa Francisco, Papa de las sorpresas y de las cosas ansiadas y queridas en la Iglesia desde hace mucho tiempo, publica la Carta Apostólica, en forma de ´´Motu proprio´´, es decir en forma de decreto o ley, hecha por iniciativa propia de la autoridad del Papa: Aperuit illes (les abrió), en la que instituye el Domingo de la Palabra de Dios.

La palabra es vida, es decir, se escucha, se medita y se hace vida. Vale preguntarse: ¿Cómo podemos vivir la palabra sino la escuchamos y peor aún, sino la meditamos? Cómo poder escucharla en un mundo de prisas; hay que detenerse: ver la creación que es palabra de Dios, leer la Biblia, hay muchos medios para leer y no lo aprovechamos. Cómo meditar, pues se sigue en la prisa, hay que hacer altos en nuestras vidas, no solo leer, ahondar, profundizar, indagar, relacionar, traer y llevar el texto, exprimirlo como naranja, poner la vida en relación a la Biblia y orarlo. Cómo hacerlo vida: San Agustín decía, que el segundo libro que nos habla de Dios, que es la Biblia, nos debía ayudar a entender el primer libro a través del cual Dios nos habla que es la vida. Dios sigue hablando hoy, enviando su palabra, hay que descubrirla, econtrarla, pues como dice el gran biblista brasileño Carlos Mester: ´´La Biblia se lee caminando´´.

La profundización de la Palabra Revelada ahonda el conocimiento de la voluntad de Dios para cada uno de nosotros y produce una solidez en la vida de la persona que se abre a dicha Palabra. La Sagrada Escritura está minada de ejemplos de hombres y mujeres que abrieron su corazón al Señor, mediante la escucha de su Palabra y Él los llevó por el camino de la felicidad. Un ejemplo claro de este encuentro personal y de profundización en el encuentro con la Palabra de Dios lo tenemos en Pablo de Tarso. En el camino a Damasco, Pablo entra en contacto verdadero con el Señor, escucha una palabra y es llamado a anunciar esa palabra. Desde ese momento Pablo no tendrá miedo para ir a los diferentes rincones del imperio romano con el mensaje de Salvación. La entrega generosa al plan de Dios lo lleva hasta entregar su propia vida por la Palabra. Un claro ejemplo de transformación personal. En Gálatas 2, 20 Pablo dirá “yo ya no vivo, pero Cristo vive en mí”. La tarea de todo cristiano católico es llegar a decir junto con Pablo estas palabras. Más tarde en Gálatas 5, 13-26, Pablo nos hablará de la verdadera libertad del creyente. Es una libertad que deja de un lado las obras de la carne y da frutos abundantes en el Espíritu, pues la palabra de Dios nos hace hombres y mujeres libres de verdad, rebosantes del Espíritu de Dios.

Uno de los principales efectos de la Palabra de Dios en el discípulo misionero es suscitar la necesidad de llevar este tesoro que tenemos en nuestras manos a los demás, llevar la Palabra a los otros. San Pablo nos dirá: “Pobre de mí si no anunciara el evangelio” (1Cor 9, 16). Hay una cierta urgencia en las palabras de Pablo; quien se sabe encontrado por Cristo ve la urgencia de entregarse a su misión: anunciar el Reino, proclamar la Palabra. Este deseo de compartir la Palabra fortalece la fe del creyente y aumenta la perseverancia en el caminar de fe. El discípulo entregado a la misión no tiene miedo para salir y anunciar a Cristo, anunciar la Palabra, no teme en encontrarse con su realidad y con la realidad del otro. Vive sin miedo porque el Maestro nos dice: “No temas, pequeño rebaño, porque a su Padre le ha parecido bien darles a ustedes el Reino” (Lc 12,32). Esto solo se logra si contamos con corazones humildes y generosos. Corazones que quieren desprenderse para darse a los demás. El Maestro nos asegura que quien da generosamente, generosamente recibe. “Den y se les dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de sus vestidos” (Lc 6, 38). Animémonos a darnos generosamente por el Reino en el anuncio de la Palabra de Dios que ha llegado hasta nosotros.

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