Hermanos y hermanas:

Como parientes, como amigos, como cristianos nos congregamos para despedir al querido Mons. Agripino Núñez Collado.

Hay que decir que son sorprendentes los caminos del Señor.

Fui monaguillo del padre Agripino Núñez, entonces Rector del Seminario San Pío X y párroco de Licey. Él dio un paseo al grupo de monaguillos, hacia Santo Domingo, y fue la primera vez que entré a un cine. Después me invitó a participar de una Jornada Vocacional en la que fui aceptado para ingresar al seminario. Tenía catorce años de edad. Cuando cumplí quince, fue en el vehículo del seminario a recoger a mi familia en el campo, para llevarme a San Pío X, en donde me dejaron en régimen de internado. Fue el inicio de mi camino vocacional. Nadie podía prever entonces que, sesenta años después, a ese adolescente campesino le tocaría, en calidad de Arzobispo de Santiago, presidir la Misa exequial de Mons. Agripino.

Nuestra fe cristiana es clara ante el misterio la muerte:

·   “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá” (Jn 11,25).

·   “El Señor es mi pastor, nada me falta…” (Sal 23).

·   “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1).

En las manos del Señor ponemos la vida de Mons. Agripino, mientras  abundan en todo el País las expresiones de valoración de la obra realizada por él. Son notables también las señales de duelo.

Debemos dar infinitas gracias a Dios por todo lo que le permitió realizar para bien de nuestro pueblo. Considero que no debe perderse la memoria de esta obra. La Iglesia debe ocuparse de preservarla; y el País, mostrando que es capaz de agradecer, también debe hacerlo.

He pensado en el tiempo empleado y los incontables sinsabores experimentados por Mons. Agripino durante tan largos años de servicio: 63 años de ministerio sacerdotal y cuarenta y cuatro de rectorado…

Aparte de reconocer su gran aporte a la Educación Superior, ha sido llamado “mediador por excelencia”, “constructor de grandes consensos”…  Su nombre llegó a ser proverbial a la hora de presentarse un conflicto.

Pero el mediador no estará ya físicamente con nosotros. Ha pasado a la Casa del Padre, en donde no lo alcanzan malquerencias ni mezquindades. Sólo lo tocan los sufragios que nuestra fe ofrece por él. 

Considero que el mejor homenaje que podemos ofrecerle es madurar: que la ciudadanía y especialmente la clase política alcance la estatura suficiente, el nivel de civilidad que nos permita realizar nuestros procesos personales y sociales de forma civilizada, respetuosa.

Yo, personalmente, aspiro a que no hagan falta mediadores extraordinarios. Quiero ver llegar el día en que nuestro País marche siempre de modo que su accionar no desdiga del sacrificio y de la sangre de los que forjaron nuestra nacionalidad.

Desearíamos ver superado el tiempo de turbulencias que le tocó vivir y padecer a Mons. Agripino. ¿Estará ya superada esa época? En este punto, conviene no olvidar que todavía en las pasadas elecciones hubo innecesarios motivos de estrés para la población.

Más adelante vendrá la oportunidad para demostrar que hemos crecido, que el sacrificio de Mons. Agripino y de otras personas no ha sido en vano.

Mons. Agripino, gracias de todo corazón.

¡Descanse en paz!

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