Hijos de un mismo Padre

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En aquellos días, Pedro dijo a la gente: “El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” (Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19)

Se trata de unos apartes del discurso pronunciado por Pedro, después de la curación de un hombre paralítico junto a la puerta del templo. Es el segundo discurso suyo en Hechos de los Apóstoles. El primero lo había pronunciado inmediatamente después de la experiencia de Pentecostés. Este de ahora repite el contenido teológico de aquel en torno al kerigma y la conversión, pero añade otros elementos como la venida de Cristo al final de los tiempos, el profeta prometido a Moisés y la alianza con los patriarcas. Estos añadidos le permiten enlazar las promesas hechas a los antiguos con la novedad de Jesucristo. De esta manera el apóstol busca promover la conversión de los israelitas al mensaje cristiano.

Lo primero que llama la atención son los títulos cristológicos que el Apóstol atribuye a Jesús: “Siervo” (asimilándolo, tal vez, con el Siervo de Yahvé anunciado por el profeta Isaías), “santo y justo” (elegido por Dios para anunciar la salvación y que ha sabido ajustarse a ese proyecto  divino sobre él, sin olvidar la dimensión ética que encierran estos términos), “Autor de la vida” (aquí queda incluido todo lo que mediante sus palabras y sus acciones Jesús obró y sigue obrando). Todos ellos están muy relacionados con la nomenclatura utilizada en el Antiguo Testamento para referirse a los hombres de Dios. Por lo que podemos pensar que la intención del autor de Hechos de los Apóstoles al traernoslo aquí es hacernos ver la continuidad teológico-salvífica de la revelación de Dios en la persona de Jesús muerto y resucitado. Esto se verifica en el hecho de que el texto comienza mencionando a los tres grandes patriarcas de Israel, destinatarios de las promesas de Dios. 

Esas promesas se ven cumplidas plenamente ahora en Cristo resucitado. De esta manera el apóstol pone en evidencia la continuidad del movimiento de Jesús con el pueblo de Dios. El mismo Dios que acompañó a Israel durante la historia, ha actuado en Jesús glorificándolo. No deja de ser significativo que el discurso sea pronunciado por Pedro en el templo. Se trata del lugar sagrado por excelencia del pueblo de Israel. Allí donde ellos celebran su fe en Yahvé, Pedro afirma que los seguidores de Jesús forman parte de esa fe. Así, con su discurso expone la continuidad de la historia de la salvación. La comunidad cristiana no ha roto con Israel, ella es el verdadero Israel donde se siguen cumpliendo las promesas divinas.

También llama la atención que califique a la audiencia como “hermanos” y se refiera a los patriarcas como “nuestros padres”. Con razón se ha dicho que el pueblo judío son “nuestros hermanos mayores”. La fe cristiana encuentra allí sus raíces.

Y no deja de sorprender que en su discurso Pedro achaque la actitud de los judíos hacia Jesús a su ignorancia sobre él. Han pecado de ignorancia. ¿Cómo es posible que un pueblo que vive de la lectura permanente de la Palabra de Dios ignore los designios de Éste? Sin embargo, esa ignorancia de ellos ha permitido que se cumpla el plan de Dios. Lo que quiere decir que la voluntad de Dios se cumple sea esta conocida y aceptada por los hombres o no. No obstante, afirma que el pueblo judío todavía está a tiempo de dejarse reconciliar por Dios si deja de ver a Jesús como un personaje “maldito” y reconoce en él al Hijo de Dios.

Estamos, entonces, ante un llamamiento a la manera de pensar de los judíos, una apelación a su conciencia religiosa para que descubran y acepten que Jesucristo forma parte del plan de Dios, por lo que debe ser colocado en el contexto de la revelación del judaísmo.