Brújula

Sor Verónica De Sousa, fsp

Hace pocos días fue operado uno de mis sobrinos menores, de apenas 16 meses, de una enfermedad congénita del corazón. El pequeñito debió ser sedado e intubado. Mi cuñada envió a la familia un pequeño video que captaba el momento justo en el que el bebé era despertado de su sedación, después que le retiraran el tubo con el que le suministraban ventilación mecánica: mi sobrino abrió los ojos con pereza y esbozó una gigantesca sonrisa, para luego seguir sonriendo a sus papás que lo observaban.

Creo que a todos nosotros esa imagen nos devolvió el alma al cuerpo, luego de semanas expectantes. Y también nos ha hecho pensar: ¿qué nos sucede a los adultos en tiempos difíciles, ante la enfermedad o ante cualquier otra circunstancia?

En nuestra maduración como personas, pasamos de no tener conciencia del tiempo (como mi sobrino) a su valoración. Y, con frecuencia, de la valoración vamos a la sobrevaloración: “El tiempo es oro”.

Es cierto. El tiempo vale. Pero la experiencia de mi sobrino me hace pensar en esa fortaleza de quien no se angustia de lo que está por venir: “¿Será que supero esto? ¿Y mis responsabilidades? ¿Qué me va a pasar? ¿Qué sucederá con tal y tal (persona, cosa, situación)?

Mi sobrino veía con alegría los rostros de sus papás. Nosotros, creyentes, ¿somos capaces de confiarnos de tal forma en Dios? ¡Cuánta angustia amasamos por no poder controlar las circunstancias, el tiempo! Mi sobrino me ha hecho pensar en Jesús, cuando afirma que el Reino de los Cielo pertenece a los que son como niños. Esta confianza abandonada, sabiendo que estamos en manos de quien nos ama. En esa confianza, existe una fortaleza, escondida en los pequeños. “Ser como niños” no es irresponsabilidad sino saber confiar, sin preocuparse demasiado del futuro: este está en manos de Dios. Esta es la fortaleza que se esconde en la debilidad. 

2 COMENTARIOS