Fraternidad Abierta 

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Miguel Marte

Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-. Aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.” (Isaías 25, 6-10)

Forma parte, este texto, del llamado “gran apocalipsis de Isaías” (Is 24-27); para otros la palabra apocalipsis podría ser excesiva para caracterizar estos capítulos del libro y prefieren considerarlos una liturgia que recoge una visión escatológica de la historia a nivel universal; esto es, relatos que intenta describir cómo será el fin de los tiempos. Por un lado, los malvados serán castigados; mientras que, por otro, todos los que sean merecedores serán convocados a un gran banquete presidido por el mismo Dios. De hecho, es la imagen que sobresale en nuestro texto. Dicho banquete se llevará a cabo en el monte Sión, lugar donde está ubicado el templo. Esta imagen del convite es muy frecuente en la literatura bíblica; es signo de vida, comunión, fraternidad, alegría y diálogo… El mismo Dios será quien prepare esta desbordante fiesta, donde los suculentos manjares y vinos selectos no faltarán. Con ella, el llanto y el duelo serán cosa del pasado; la discriminación quedará excluida y los regalos que recibirán los que allí lleguen son impensables: el conocimiento de Dios (se les quitará el velo de la cara), victoria definitiva sobre la muerte, consolación, comunión con Dios y alegría eterna. Todo esto representa la victoria de Dios. Por lo que podríamos decir que estamos ante un canto de victoria. 

El mensaje de nuestro pasaje es claro: todo aquel que sea israelita o no que se vuelva hacia Yahvé hallará un lugar en el banquete preparado por el mismo Dios en el monte del Templo. Allí, en forma de banquete, encontrará vida y salvación. La comida suculenta y el vino de solera son su mejor signo. Así, un banquete universal y el anuncio de un mundo sin muerte, ni dolor, ni llanto constituyen una utopía que trasciende este mundo, donde vemos todo lo contrario: nacionalismos, individualismo, vidas apagadas, dolor provocado por las guerras, amargura incesante. El profeta nos despierta la esperanza de un mundo que vaya más allá de sí mismo, hasta lo humanamente imposible y lo divinamente anhelado.

La idea de un banquete universal nos hace pensar en la fraternidad mundial. “Fraternidad abierta” la llama el Papa Francisco en su carta encíclica Fratelli Tutti. En el capítulo tercero de la misma nos invita a “Pensar y gestionar un mundo abierto”. Allí vuelve sobre algo que ya había dicho con ocasión del ángelus del día 10 de noviembre de 2019: “la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer solo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte”. 

Nos habla también el Papa de la “amistad social”. Aquella que posibilita el amor que va más allá de las propias fronteras. En eso consistiría una auténtica apertura universal, tal como lo sueña el profeta en el pasaje que estamos reflexionando. Es todo lo opuesto a lo que propone la globalización económica, política e ideológica, la cual es “un falso sueño universalista que termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza y en definitiva su humanidad” (100).

Y señala el Papa Francisco lo esencial básico que debe darse para que sea posible la amistad social y la fraternidad universal: “percibir cuánto vale un ser humano, cuánto vale una persona, siempre y en cualquier circunstancia”. Junto a ese principio básico, hay un valor que no puede faltar si queremos ser parte del banquete universal convocado por Dios: “la gratuidad que acoge”. De ella dice el Papa que “es la capacidad de hacer algunas cosas porque sí, porque son buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado exitoso, sin esperar inmediatamente algo a cambio” (139). Y amplía esta idea en el siguiente numeral: “Quien no vive la gratuidad fraterna, convierte su existencia en un comercio ansioso, está siempre midiendo lo que da y lo que recibe a cambio. Dios en cambio, da gratis, hasta el punto de que ayuda aún a los que no son fieles, y hace salir el sol sobre malos y buenos”. He ahí la invitación abierta a todos para participar de la salvación de Dios que nos habla el texto que hoy comentamos.