Cuando me preguntan cómo estoy, suelo responder: ¡feliz! No importa mi estado de ánimo, el hecho de mencionar esa palabra, perdonen la redundancia, me hace feliz. Esa debe ser la aspiración del ser humano. ¿Cómo se logra? Así lo resumo: “la felicidad está intrínsecamente relacionada con el cumplimento del deber en el marco ético. Quien actúa con mala fe y la persona irresponsable jamás serán felices”.

La felicidad es contagiosa. Cuando expreso mi felicidad, de algún modo ese sentimiento le llega al receptor. Y si está triste, sonríe. Y si tiene dificultades, al menos las olvida por un momento. Concluyo que expresar estoy “feliz” hace bien y mucho o poco perfuma el ambiente de armonía y esperanza.

En mi niñez leí una historia, quizás conocida, que me impactó e inspiró el título de este artículo: “Felicidad y ética”. La comparto, adaptándola a mi estilo.

“La muerte mordía al reconocido médico. Incluso en esa circunstancia, no se percató que moría devorado por su conciencia cancerosa y no por enfermedad física. Su hijo, joven galeno, supuso que debía hablar con su padre cosas positivas y así retrasar la ira de la muerte.

-Padre, ¿recuerdas al terrateniente don Ramón, el hombre que duró años con un dolor inmenso en el oído izquierdo? -¡Claro! Yo mismo lo atendía, contestó el moribundo. -Pues ya lo curé, apenas le hice un pequeño chequeo y le saqué con una pinza una garrapata que sabe Dios los años que tenía incrustada en su oreja; don Ramón está muy satisfecho conmigo.

-¡Imbécil! -gritó el padre- ¿no te das cuenta que gracias a esa garrapata pagué tus estudios? ¡Idiota¡ ¿Por qué sanaste a don Ramón si con cinco consultas más que le hicieras podías costear tu boda? ¡Serás un pésimo profesional!”.

Luego del crudo reproche, la conciencia del médico agonizante no aguantó la vergüenza y se comió a sí misma, provocando la muerte del cuerpo entero. Muchos profesionales liberales actúan de igual modo: en vez de solucionar un problema lo mantienen vivo, a sabiendas de que así obtendrán “mayor provecho”.

Los ejemplos abundan, desde abogados que solo defienden sus honorarios sin importar que sus clientes se maten, hasta mecánicos que siempre dejan algo dañado en el vehículo para que su propietario deba volver y gastar más dinero.

Actuemos con responsabilidad en cada uno de nuestros actos. Obremos, como decía Kant, de modo que nuestras conductas puedan servir de principio a una ley universal. No dejemos esta vida marcada por el engaño al prójimo. Seamos felices, enarbolando la ética en cada uno de nuestros actos y, si nos equivocamos, como ocurrirá de vez en cuando, que sea siempre actuando de buena fe.

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