Juan Guzmán

A una sociedad atomizada por los intereses se le hace difícil progresar hacia el logro eficiente de sus objetivos comunes, o, de seguro, necesitará más tiempo y recursos para el logro de los mismos.

Muchas son las aristas que sirven de freno hacia la recuperación ambiental, la solución de los problemas viales, el desempeño humano con base en la formación, el equilibrio en la contratación laboral correctamente remunerada, etc.

Una sociedad donde parte de sus miembros está al acecho de aquel que hace, para detectar y expandir en el tejido de opinión determinados eventos puntuales, ejercicio que define un discurso preñado de intereses previamente definidos; es, como la nuestra, una sociedad con logros de alto costo y de retardo permanente.

Si formaramos parte de una sociedad colaborativa, con responsabilidades compartidas entre los que tienen el “deber” y aquellos que se erigen como paladines “del derecho” a opinar y juzgar; el primer paso a la vista sería la participación de estos últimos en los proyectos de desarrollo y adecuación del territorio, las instituciones y la sociedad, para enfrentar los desafíos propios de un mundo en expansión.

Sobresale, además, el tono de “inmaculados” que asumen algunos generadores de opinión, políticos y cientistas, olvidando que su quehacer registra, por naturaleza, eventos que en el menor de los casos, y siendo benignos, resultarían de la dinámica de prueba y error, propia de quien avanza en terreno pedregoso.

Hay temas, manejados por aquellos que viven del “espanto” social, que se difuminan con rapidez en el tiempo, y temas que requieren un trato ponderado y atemporal. A la dinámica primera apuntan los detractores del quehacer positivo, a la segunda los interesados en un mundo mejor.

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