Un profesor de Santiago entregó a sus alumnos uno de mis artículos para que lo analizaran. Al enterarme me sentí bien por un lado y un poco asustado por otro. Satisfecho, porque algo positivo debía tener mi escrito y, en cierta medida temeroso, porque comprendí mejor lo importante de evitar cometer errores de fondo y de forma. Me aterra, por respeto al lector y a mí mismo, lanzar párrafos inadecuados, confusos o con faltas ortográficas.

Escribir implica un gran reto y más si lo hacemos con frecuencia. Cada palabra es una extensión  y muestra del desarrollo de nuestra personalidad. Debemos escribir de buena fe y reconocer que nuestros pensamientos maduran y se modifican con el tiempo, aunque en esencia no cambiemos.

Me atormenta expresar embustes en las ideas centrales, aunque no sea la intención, sin negar que en la forma me tome pequeñas dispensas. No me refiero a los escritores donde la fantasía es fundamental, como  los novelistas, cuentistas, poetas… Así las cosas, antes de publicar investigo,  reconociendo que mis criterios personales serán discutibles, que eso es otro punto. 

El que escribe no puede ser miedoso, a sabiendas de que lo subjetivo siempre estará presente, donde destacamos elementos quizás apenas percibidos por nosotros. Ser razonablemente prudente es vital. Para escribir hay que ser valiente y decente, lo que en ocasiones no es sencillo combinar.

El escritor defiende con coraje “su verdad” y es humilde para admitir sus errores y limitaciones. “Nuestra verdad” hay que darla a conocer. Para encontrarla basta aferrarse al estudio, la moral universal y los dictados de nuestra conciencia y si lo logramos nos equivocaremos menos. Baltasar Gracián, uno de mis autores favoritos, escribió que es tan difícil decir la verdad como ocultarla. Y, caramba, en sociedades donde impera la inclinación ante el poder, resplandecen los que externan verdades con altura y firmeza.

Evitemos a los escritores que borraron de su diccionario palabras como justicia, igualdad, fraternidad, libertad, honestidad, valor y trabajo. Incluso, los hay tan huidizos, que prefieren no enterarse de lo cierto, porque los debilita emocionalmente. Me apenan los que carecen de vida, pasión y ego sano; esos que se van por las ramas, aman lo superficial, se ciegan ante el dolor ajeno y se adaptan a lo que les permite estar en el juego.

 Mientras tanto, saber que decenas de estudiantes podrían analizar lo que escribo, me compromete a ser cada vez más responsable y cuidadoso, en el marco de lo que considero es la verdad, porque una frase o un párrafo puede incidir para bien o para mal el porvenir de alguien, y si es niño o joven, mayores son las posibilidades.

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