En mundo necesita constructores de paz Lecciones de la crisis internacional de octubre de 1962

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El mundo necesita constructores de paz Lecciones de la crisis internacional de octubre de 1962

En el sermón de la montaña, sencillo, pero al mis­mo tiempo exigente programa que nos propone Jesús para ser verdaderamente dichosos (Cf. Mt 5: 9-12), llama “bienaventurados a los que trabajan por la paz”.

Adviértase, aunque pa­rezca una obviedad recalcarlo, que no llama “dicho­sos” a los que dicen soñar con la paz o proclamar idea­les de paz, lo cual no pasa­ría de ser un irenismo inge­nuo, pues la realidad no se modifica con sólo contemplarla, criticarla o lamentarla. Llama dichosos a los que “trabajan” por la paz, dejando en claro que esta, más que un don que nos viene dado, es una construcción; un esfuerzo sistemático, no ajeno muchas veces al do­lor, al sufrimiento y en no pocos momentos, la frustra­ción de aquellos que se de­dican a luchar por conse­guirlo.

Precisamente en este mes de octubre, se cumplen 58 años de uno de una de las más agudas crisis internacionales experimentadas por la humanidad contemporánea. Se trata de la fa­mosa “crisis de los misiles “de octubre de 1962, que tu­vo como epicentro a Cuba, pero que no fue más que la expresión de la tensión bi­polar existente entre la Unión de Repúblicas Socia­listas Soviéticas (URSS) y los Estados Unidos, quienes se disputaban entonces, en plena guerra fría, el control del mundo.

Willian Ury, el destacado conflictólogo y antropó­logo, y creador, junto con Roger Fisher, del método Harvard de negociación co­mo herramienta para solucionar conflictos, al referir­se a aquellos dramáticos momentos, afirmó: “…el 27 de octubre de 1962 podría haber sido el más peligroso de la humanidad a lo largo de millones de años. Ese día, dos gigantes superpotencias del planeta, dotadas de arsenales nucleares capa­ces de destruir gran parte de la civilización humana, o acaso su totalidad, estuvie­-ron al borde de la guerra. La cuestión era permitir o no que la Unión Soviética em­plazara misiles nucleares en Cuba, a 145 kilómetros de los Estados Unidos”.

Era un momento de enorme tensión, de profundo desconcierto, inflada re­tórica belicista y actitudes hostiles, donde predominaba la lógica del “ganar-perder” en una lucha tenaz por el predominio geopolítico. Cada una de las partes cifraba su éxito en la pérdida de prestigio y poder de su contraparte.

A pesar de los muchos años transcurridos desde entonces y después de tantas guerras, enfrentamientos y desencuentros a lo largo de la historia de la humani­dad, ¿no seguimos pensando bajo los criterios de ganar-perder? Seguimos siendo egoístas y soberbios. Para que yo pueda ganar, que pierda el otro, aunque más tarde, esa “falsa ganancia” momentánea se convierta en una pesadilla que todos debamos lamentar, comenzando por quienes actúan de ese modo.

Hoy deberíamos tener más claro que la lógica ganar-perder no conduce a ningún lugar que no sea el fracaso y la insatisfacción, pues toda ganancia que una parte obtiene o podría obte­ner a base de la derrota o la humillación de su contraparte, se convierte en un juego de suma cero donde al final termina abonándose el terreno para futuras y más dolorosas hostilidades. Y esta lección vale, tanto para las relaciones interpersonales, para los negocios, para el manejo efectivo de los asuntos de estado, la convivencia familiar o cual­quier otro escenario en que nos corresponda interac­tuar.

La crisis de los misiles nos dejó para siempre la lección de que en momentos difíciles, quienes tienen la responsabilidad de de­cidir, no pueden ni deben dejarse conducir por sus emociones negativas. Justo es reconocer, que, si finalmente, el conflicto no llegó a estallar, es porque tanto el Presidente Kennedy, de los Estados Unidos, como Kruschev, el líder de la URSS, comprendieron que continuar adelante en tan insensata confrontación conducía a una mutua des­trucción.

El Presidente Kennedy, en medio de la tensión, hizo a sus asesores un comenta­rio, que debería servirnos de lección cada vez que las cosas, en cualquier escena­rio, parezcan salirse de control: “lo que me preocupa no es el primer paso, sino que ambos lados escalemos hasta el cuarto y el quinto… Y no pasaremos al sexto, porque no quedará nadie para hacerlo”.

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