El profeta Ageo

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Con frecuencia en la Iglesia sustituimos la palabra “coincidencia” por “diosi­dencia”, cuando entendemos que un acontecimiento no tiene otra explicación, sino desde la voluntad y el desi­g­nio de Dios. El texto de la primera lectura que leímos el 26 de septiembre, tomada del profeta Ageo (1,1-8), lo ana­lizamos como una ocasión “diosidencial”, en el contexto de la graduación de la Uni­versidad Católica Nordestana dos días más tarde.

El Profeta Ageo en el siglo V a.C., habla al Pueblo en nombre de Dios, para cambiar su deseo de pospo­ner para un tiempo mejor, la construcción del Templo. El profeta se pregunta y le pregunta al pueblo: “¿De modo que es tiempo de vivir en casas revestidas de madera, mientras el templo está en ruinas?”. Y les reclama y les invita: “Mediten su situación: sembraron mucho, y cose­charon poco, comieron sin saciarse, bebieron sin apagar la sed, se vistieron sin abrigarse, y el que trabaja a ­sueldo recibe la paga en bolsa rota”.

El profeta Ageo, más de 2500 años después, igual a que a su pueblo vuelve a ha­cernos una examen de conciencia. Nos invita nueva vez a reflexionar sobre nuestro comportamiento y cuál es el verdadero sentido de nuestra existencia. Te preguntaría hoy a ti y a mí: “¿Cuál es el motivo por el cual tú luchas y vives? ¿A qué tú dedicas tus más profundos esfuerzos? ¿Cuál es tu sueño, tu aspira­ción? ¿Por qué has dedicado años de tu vida a estudiar en esa profesión que elegiste?

El profeta con estas arengas buscaba volver a motivar el pueblo después del regreso del exilio, después de la destrucción de la ciudad; quería motivar a los israelitas a construir no solo sus casas, sino un templo para Dios. Lugar donde ellos están invitados a encontrarse también consigo mismos. Les animaba a pensar más allá de sus propias desgracias, precarie­dades y necesidades. Era necesario pensar en un “no­sotros”, en el pueblo.

Reconstruir el Templo de Jerusalén significaba recons­truir la moral, la vida, el lugar de la Alianza con Dios, el lugar de los sacrificios y la oración. Pero también era un motivo de saber que no estamos solos, de experimentar que somos hermanos, de re-organizar hombro a hombro aquellas cosas que habían desaparecido en el destierro. Y al mismo tiempo era el motivo para que Dios, en medio de la desgracia del pueblo, siguiera siendo el primero y el centro de todos.

Por eso insiste una y otra vez: “Mediten en su situa­ción: suban al monte, traigan maderos, construyan el tem­plo, para que pueda compla­cerme y mostrar mi gloria”. El profeta sacude la conciencia de sus interloculores: de Zorobabel, gobernador de Judea, de Josué, sumo sacerdote aquel tiempo.

El profeta sabe que esta es la estructura ontológica del hombre de todos los tiempos. Está hecho de pasado, de presente, pero sobre todo de futuro. Ustedes los que hoy están aquí y sus compañeros, son esos hombres que deben construir el templo de Dios, en modo real, pero también en modo figurado. Ese tem­plo es cada uno de ustedes y su futuro. Como dicen los grandes psicólogos, el hombre es un gran misterio, tú eres un gran misterio, siempre sin terminar, en cons-trucción permanente, “intra-distante”. Una construcción que depende de ti, pero que al mismo tiempo está completamente en las manos de Dios, como nos indicara San Igna-cio de Loyola: “Haz todo como si dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”.

Especialmente ustedes, queridos graduandos. Hoy nos reunimos aquí porque ustedes ya tienen los fundamentos de su construcción. Hasta ahora sus padres, sus docentes, su Universidad ha sido clave en haber puesto la parte principal de su “tem­plo”, que es su profesión. Cada uno de ustedes sabe el esfuerzo que puso para que esa obra sea fuerte, como una columna construida sobre roca, como dice Jesús (Mt 7, 21-29). Cada uno de ustedes sabe sus sacrificios, sus lágrimas, el hambre que pasaron, las “bolas” que tuvieron que pedir, las veces que se que-daron en el camino, que se empaparon de agua, que necesitaron de un amigo, de una amiga, para hacer una tarea. Esa es la zapata de su templo. Ahora vamos “hacia arriba”.

La situación que vivimos en RD y las vividas en estos últimos días en San Francisco de Macorís, con el falleci-miento de los cinco jóvenes en el accidente automovilístico, podríamos compararla a la del Profeta Ageo. Desáni-mo, desilusión, sin fuerzas para seguir.

Hoy nuestro país necesita un nuevo Ageo que devuelva la ilusión de seguir cons­tru-yendo una sociedad mejor, de anteponer el bien de los de-más, al propio. De entender que el pueblo, cuando no ob-tiene los resultados que espe-ra es porque le ha dado la espalda a Dios. Sin embargo, Dios nunca permite las ad-versidades inútilmente, sino con un propósito. Por eso el profeta pide al pueblo y a nosotros hoy: “Mediten, me-diten”.

 

Muchachos, muchachas, mediten también ustedes este momento de la historia, este momento de sus vidas y no se queden indiferentes. Pregún-tense porqué Dios ha permitido esta maravillosa coincidencia entre la actual historia de la humanidad, de la socie-dad dominicana y su historia personal. Hoy todos podemos “construir” el proyecto que Dios desea para cada uno de nosotros.

“Suban al monte y traigan madera”, dice el Señor, es decir, a ti: gradúate, mírate, piénsate, constrúyete a ti mis-mo, con la gracia de Dios. Mira tus talentos, tus cualidades, tus esfuerzos, el título que tendrás en tus manos. Con esa madera construye tu profesión, tu futuro.

Esta sociedad, golpeada y adolorida por tantas caídas, necesita de tu persona y de tu vida. Y ya que has llegado a este punto de la construcción de tu vida, no te detengas, sigue adelante y regala esa construcción, ese templo a Dios, que eres tú mismo, que es el bien que harás a esta so­ciedad que te espera con los brazos abiertos.

 

(Homilía pronunciada con ocasión de la Misa de Acción de gracias y bendición de anillos, Septua­gé­sima Sexta Graduación Ordinaria de la UCNE. Catedral Santa Ana, 26 septiembre 2019).

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