El párroco ejemplar

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Cuando un nuevo párroco llega a una parroquia que lleva años de fundada debe proce­der con pie de plomo. Tiene que comenzar por hacer preguntas a los colaboradores parroquia­les y a los feligreses sobre los diferentes aspectos de esa co­munidad de fieles. De ningún modo puede presentarse como quien trae planes mentalmente prefabricados sin tener en cuenta la realidad concreta de la parroquia.

La llamada “toma de pose­sión” de la parroquia no la in­terprete como hacerse propie­tario de la parroquia; eso se re­fiere más bien a la posesión del cargo. Los párrocos no son amos de las parroquias. En toda parroquia hay personal auxiliar para las oficinas y el mantenimiento; hay emplea­dos. El párroco humilde no se considera dueño y señor, sino un empleado cualificado de la feligresía. Puesto que los feligreses aportaron los fondos para construir la parroquia y siguen contribuyendo incansa­blemente a su sostenimiento, no los puede mirar como a va­sallos, sino como a quienes debe rendir cuenta de su ges­tión.

En muchas parroquias las labores de sacristía y otros servicios de apoyo se prestan  gratuitamente. El agradecido párroco no puede tratar a esos abnegados colaboradores co­mo si fuesen monaguillos in­fantes.

En las parroquias que go­zan de la presencia de vicarios parroquiales, el párroco debe tener muy en cuenta el parecer de esos hermanos suyos en el sacerdocio. No puede simplemente designarles tareas. De­be planificar con ellos los mi­nisterios parroquiales, como, por ejemplo, las liturgias de tiempos fuertes tales como Navidad y Semana Santa.

Todo nuevo párroco, a imi­tación de su patrono San Juan María Vianney, comience por orar mucho por el rebaño que se le ha encomendado. Y pida mucha luz y fortaleza a Dios para ejercer su misión con acierto. Sin oración personal diaria no habrá apostolado fecundo.

El Espíritu Santo ha bendecido a la Iglesia de nuestros tiempos con muchos movi­mientos apostólicos. Cuando un párroco nuevo llega a una parroquia debe apoyar lo que ya existe; de ninguna manera extinguir. Por supuesto que luego tendrá que ir evaluando a esos grupos.

Al reunirse por primera vez con el consejo parroquial, organismo sumamente necesario, dirá que sólo le interesa buscar la voluntad de Dios junto con ellos, y no llevar adelante una agenda personal. Convocará ese consejo con frecuencia.

Otro organismo importante en las parroquias es el consejo para asuntos económicos. An­te sus miembros, el párroco debe mostrarse libre de apego al dinero. Hay párrocos que prefieren no hacer cheques ni pagos cash por sí mismos, sino canalizar todo lo monetario a través de la contaduría parroquial.

La experiencia demuestra que el párroco de vida modesta y austera es el que más apo­yo económico recibe de la feligresía. El párroco fervoroso prefiere concentrar su tiempo y energías en evangelizar y santificar a sus feligreses, no en la recaudación de fondos.

Compete al párroco procurar que él y sus vicarios celebren los sacramentos según los rituales aprobados, observando fielmente las instrucciones en letra roja pequeña (rúbricas). Merece especial respeto la Santa Misa.

Los feligreses tienen derecho a la Liturgia de la Iglesia. Los sacerdotes conscientes de su misión no la privatizan o personalizan con mutilacio­nes, cambios y añadiduras a los textos litúrgicos. Renun­cian al afán narcisista de crea­tividad litúrgica, limitando su creatividad a preparar buenas homilías, algo que con frecuencia deja mucho que desear.

A todo nuevo párroco le ayudaría muchísimo leer y estudiar en el libro II del Derecho Canónico el capítulo sexto de la sección II. Se titula “De las parroquias, de los párrocos, y de los vicarios parroquiales” (cánones 515-552).

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