por Eduardo M. Barrios, S.J.

         El pasado 15 de diciembre salió publicado en un periódico de Miami un escrito irreverente sobre el Nacimiento de Jesús o Navidad. Se titula, “La Navidad, la Ciencia y el nacimiento de Jesús”.

         Su autor cree descubrir el Mediterráneo al rechazar que Jesús haya nacido un 25 de diciembre. Cualquier cristiano medianamente culto sabe que la fecha no pertenece a la esencia del Nacimiento. Como tampoco el lugar de su nacimiento. Se dice que nació en Belén, lugar teológico por ser la ciudad de David, pero nada cambia si hubiese nacido en Nazareth.

         Sucede que las fuentes históricas principales son los evangelios de Mateo y Lucas, redactados unos 80 años después de los sucesos. No les interesaba la precisión histórico-geográfica, pero ofrecen un marco suficientemente informativo para encuadrar bien la llegada del Mesías. Mencionan a personajes como Herodes el Grande, Octaviano Augusto y Quirino. Y también lugares como Nazareth de Galilea, Belén de Judea y Egipto. Sin esos datos, el origen del Cristianismo olería a fábula o cuento de hadas.

         Los cristianos escogieron una fecha pagana, el final de las Saturnales que celebraba el nacimiento del Sol Invicto el 25 de diciembre, y la cristianizaron. Le tocó al Papa Julio I en el 350 sugerir esa fecha. Su sucesor el Papa Liberio la confirmó en el 354. Es, por tanto, una fecha convencional.

         En cuanto al año del nacimiento del Salvador, el Papa Juan I encomendó en el 526 al eminente astrónomo Dionisio el Exiguo fijar ese dato. Después de mucho batallar con el calendario lunar (judío) y el juliano (romano) llegó a la conclusión de que el Señor nació en el año 753 desde la fundación de Roma. Científicos posteriores llegaron a una conclusión diferente, que Jesús nació siete años antes de la era cristiana (!)

         Pero nada de eso afecta a la esencia del Cristianismo. Basta saber que en torno a esa época llegó al mundo el tan esperado Mesías, tan anunciado por los profetas veterotestamentarios.

         Más grave en el texto recientemente publicado en ese periódico es el rechazo de la concepción y parto virginales de la Madre de Jesús. Eso sí pertenece a la doctrina cristiana, y es dogma de fe. Los cristianos aceptan esa milagrosa concepción y nacimiento porque Dios, que ni se engaña ni engaña, así lo ha revelado. Muchas cosas conocemos gracias a las ciencias, pero las verdades más importantes y profundas nos han llegado por revelación divina, tales como la Santísima Trinidad, la transubstanciación eucarística y la gloriosa resurrección.

         El autor del escrito periodístico se pregunta cuándo el Papa Francisco reconocerá la imposibilidad del embarazo y alumbramiento virginal. La respuesta es NUNCA, pues los Papas no están por encima de las doctrinas cristianas; los Papas con sus Concilios Ecuménicos profundizan y clarifican, pero no crean doctrinas nuevas; se muestran más libres en modernizar la actividad pastoral y administrativa de la Iglesia, pero no tocan lo que San Pablo llamaba “el depósito de la fe”.

         Nuestro articulista de marras ataca al Cristianismo porque sabe que los cristianos no reaccionan violentamente. Él no se atrevería a atacar la fe de los musulmanes, porque sabe que se jugaría la vida.

         Basta recordar el triste caso de Salman Rushdie, el novelista a quien el Ayatolah Khomeini condenó a muerte en 1988 por considerar que la novela “Los versos satánicos” blasfemaba contre al Islam. Desde entonces ese escritor ha superado muchos atentados contra su vida. El último ocurrió el pasado 12 de agosto cuando sobrevivió a unas puñaladas en Chautauqua, New York.

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