Vivir o el arte de innovar

Se ha dicho con sobrada razón que todo proyecto educativo tiene que nacer de la vida y mirar a la vida. O es un proyecto muerto. Pero eso no nos exime en modo alguno de la dura tarea de entrar en la verdad y llegar a mostrar la solidez que le es característica (Cf. Lc 1,4).

El hacer de nuestra formación una cuestión de vida no significa que nos abandonemos a la espontaneidad, a la improvisación o al fácil recurso a un sentido popular mal entendido.

Es verdad que la educación se asfixia cuando es reducida al ámbito cargado y polvoriento de los libros. Pero para que sea auténtica tiene que transitar por el camino molesto de la investigación acuciosa, sin que falten el sudor y la incerteza. Es ésta, preocupación de la iglesia, y el papa Juan Pablo II la expresa con claridad meridiana en la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis No 57:

“Es necesario contrarrestar decididamente la tendencia a reducir la seriedad y el esfuerzo en los estudios, que se deja sentir en algunos ambientes eclesiales, como consecuencia de una preparación básica insuficiente y con lagunas en los alumnos que comienzan el período filosófico y teológico. Esta misma situación contemporánea exige cada vez más, maestros que estén realmente a la altura de la complejidad de los tiempos y sean capaces de afrontar, con competencia, claridad y profundidad los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la plena y definitiva respuesta”.

Y los obispos en Medellín, después de referirse a la urgente necesidad de actualizar los estudios, son también explícitos al respecto: “Cuídese la firmeza doctrinal ante una tendencia a novedades no suficientemente funda- mentadas. Insístase además en una profundización que alcance a ser po- sible un alto nivel intelectual, teniendo en cuenta sobre todo la formación del pastor” (Formación del clero No 17) . En Puebla pedían “atender a una profunda formación doctrinal, de acuerdo con el Magisterio de la Iglesia y con una adecuada visión de la realidad” (No 877).

En Santo Domingo, los Obispos piden que no disminuyan “las exigencias de una seria formación integral” (No 84), y se lamentan de las limitaciones en la formación, señalando correctivos (Cf. No 83).

Así que no queda más remedio: para servir eficazmente a nuestros pueblos como Iglesia, tenemos que formarnos sólidamente. No hay otra salida.

Sólo así podremos llegar a la deseada madurez. Podríamos disponer, por ejemplo, de profesores y formadores nativos bien preparados. Y, sin dejar de agradecer a Dios el servicio prestado a este nivel por Iglesias hermanas, gozaríamos de una sana autosuficiencia en lo fundamental, sin la que no hay verdadera adultez de una iglesia. 

El reto está planteado. Sólo nos queda trabajar afanosamente, aunque los tiempos tiendan hacia otras direcciones (Cf. P. D. V. No 48, § último).

Entremos gozosamente a la experiencia de sabernos —con la gracia de Dios— constructores de nuestro destino y del destino de nuestra Iglesia. 

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