-Juan Guzmán


Todo dominicano debería subir al Pico Duarte por lo menos una vez en su vida.
Marcada como la altura mayor de Las Antillas, este macizo montañoso está vinculado a la historia geológica, hidrológica y ambiental de nuestro país.
Es casi imposible estar durante un día observando el movimiento nuboso sobre la corona del Pico sin notar cambios radicales que van desde bajas temperaturas en la noche, vientos y nubosidad (lluvia vertical) durante el día.

 Ese movimiento genera la concentración de las aguas necesarias para suplir todas las vertientes que parten desde el mismo hacia el norte y hacia el sur de la República Dominicana.

 El Pico y sus vecindades están rodeados de valles que sirven de receptores de sus aguas, de sedimentos de su milenaria erosión y de las modificaciones atmosféricas que crean los vientos alisios al chocar contra las alturas.
El Río Bao hacia el Norte, el Río Yaque del Norte hacia el Noreste, el Río Blanco y el Río Yaque del Sur hacia el Sur, tienen como eje de nacimiento los macizos superiores de la Cordillera Central.

 Las vasijas que sirven de reserva y distribución de esas aguas son, en primera fila, el Valle de Bao, Manabao y Tetero, que distribuyen sus aguas hacia el norte, noreste y sur en donde los esperan en segunda linea los valles de Constanza, Jarabacoa, San Juan, valle de Mao y el gran Valle del Cibao. La mayor parte de la vida agrícola y forestal del país depende de estas formaciones montañosas.

 Tres etapas distinguen la ida y vuelta al Pico Duarte. En principio, adentrarnos en el conocimiento de nuestras capacidades físicas y emocionales. No pocos se devuelven a mitad de camino, extranjeros y nacionales desisten del reto, muchas veces fallan las fuerzas y otras falla el sentido de llegar allí; por eso debes prepararte y entender el sentido ya que el mismo te dará el ánimo para continuar.
La naturaleza en algunas épocas es implacable; lluvia, temperaturas bajas y un camino exigente, a tramos fangosos, no permiten que te desenvuelvas con comodidad. Las distancias entre los puntos de descanso y dormida parecen enormes, el tiempo se vuelve lento, espeso y eterno.


Los guías y animales son los herramientas básicas para caminar en la subida. Los mulos conocen el camino y los guías dónde y cuándo descansar.
La confianza en los otros, y en su instinto, entonces, es la primera enseñanza de esta experiencia especial.

 La segunda es la confianza en ti mismo, ya que según subes y ves que vas dejando atrás distancias y montes, notas que ¨eres capaz¨de superar las barreras que veías al inicio del camino.

 Entonces logras concentrarte en el entorno. Musgos de bellos colores que crecen en esas alturas, los tonos de las rocas, la niebla que lo inunda todo, los altos pinos que dibujan el horizonte inmediato.

 La sierra te prueba, pero no te mata.

 La aguja, ese trayecto en bajada y con petreas paredes tachonadas de tonos ocres, es el éxtasis del trayecto del primer día. A la distancia, la formación montañosa se sucede en un interminable juego de armónica perspectiva, la vista se expande y el esfuerzo físico disminuye.

 Subir el Pico desde La Compartición es un lujo. Fuera de las bolsas de dormir a las 5 de la mañana cruzamos La Rucilla, tachonada de jóvenes pinos que sirven de cortinaje al nacimiento del sol.
El Valle de Lilis, frío y plano, es la antesala al Pico. No se porqué se siente allí como si hubiese mucha gente cerca.


Este valle es la base geológica del Pico en lo inmediato y desde el norte, Una planicie poblada de pajones y pinos, también expuesta a los antojos atmosféricos.

 El valle es asequible desde el noreste y desde el oeste. El caminante que viene desde La Ciénaga pernocta en La Compartición y sube con la salida de sol a su izquierda. El caminante que viene desde Mata Grande sube desde el oeste. La Pelona y tendrá el sol de frente.

 La subida al Pico parece simple pero no lo es. El camino es corto y exigente, las primeras hueyas cubiertas de agua congelada nos advierten sobre el cuidado, paciencia y buen manejo del esfuerzo requerido, aunque la proximidad a la meta ayuda a modificar los niveles de adrenalina, esfuerzo todo que se compensa con las vistas y el sentido de ¨meta alcanzada¨que inunda a la persona.

 El Pico es Para Meditar


La brisa mañanera, las vista que se pierden en las distancias, los valles del sur con su represa, el oeste con alturas que se dibujan entre los coposos algones, el este con su sábana de nubes y un refulgente sol que pega fuerte en la altura, invitan a guardar en la memoria ese momento único; al mismo tiempo a apreciar una diversidad de aspectos.

 Nuestras capacidades ocultas y manifiestas al abandonar la ¨zona de confort¨; multiplicadas con el sentido colectivo o grupal de la aventura.

 Aprecio por la belleza inconmensurable de nuestro país, la diversidad de su clima. Un espacio de soberanía no negociable, abierto al mundo y a cada caminante con orgullo y acogida.

El pico nos permite además valorar los dones que nos ha regalado Dios  en la naturaleza, en nuestro interior y en ese lugar de encuentro de lo de afuera con lo de adentro en el que alcanzamos plenitud.


La nostalgia del regreso y el encuentro
Todo caminante de montaña, aún aquellos que aseguran ¨no volver jamás¨quedan tocados por su magia.


La modernidad no nos deja espacios para el silencio, la reflexión y el encuentro con nosotros mismos.


Las alturas, con su brillo y diversidad solitarias nos brindan ese paréntesis de intimidad con la naturaleza, a veces brutal y a veces maravillosamente alucinante.


Y en medio de todo, tu! Solitario aún acompañado, sujeto de tus propias capacidades; desconectado para ver de cerca lo que cotidianamente está lejos. y en esa danza de subidas y bajadas, lluvia, fuego tibio y acogedor: La inmensidad.


Te lo pueden contar, leer las reseñas periodísticas o científicas. Puedes ver miles de fotos y vídeos de los viajes de otros, pero nunca será igual.


El viaje al Pico Duarte es una experiencia personal e íntima.
En la subida, o en la bajada te encontrarás a ti mismo.
Ese es el regalo de las alturas.