De lo sublime a lo ridículo

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La respuesta de Jesús tiene dos elementos que merecen matización. El mandato a ponerse detrás es una forma de decirle que no ha aprendido la lección y que necesita seguir en su camino de discipulado; el alumno que se había mostrado con ventaja respecto a sus compañeros, de repente queda desnudo en su falta de entendimiento en la cosa de Dios. Al llamarlo “Satanás” le está haciendo caer en la cuenta de que se está convirtiendo en piedra de tropiezo para su Maestro porque está actuando en sentido contrario a los designios de Dios sobre Él.

Hay que decir en favor de Pedro que su reacción ante el anuncio que Jesús hace de su muerte está en sintonía con la “mentalidad mesiánica” de la época. El título de Mesías encerraba no poca ambigüedad. El mesianismo que imperaba en el imaginario colectivo de aquel tiempo era de naturaleza político-nacional. El título Mesías estaba reservado para un descendiente de David que restableciera a Israel como una nación libre de toda intervención extranjera. La respuesta de Pedro se debe entender enmarcada en los límites de esa mentalidad. Pero el mesianismo de Jesús tiene otro calado. Es lo que el evangelista Marcos intenta revelar progresivamente a lo largo de su Evangelio. Por lo que la pregunta que subyace a este Evangelio es la que tiene que ver con la identidad de Jesús. “¿Quién es éste?”, se pregunta la gente en un lugar del Evangelio al escucharlo y contemplar sus acciones extraordinarias. “¿Quién dice la gente que soy yo?”; “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, son las dos preguntas que hace Jesús en el relato de este domingo.

La respuesta de Jesús a Pedro, “ponte detrás de mí”, indica que el discípulo debe hacer el mismo camino del Maestro si quiere conocer de verdad su identidad, la cual será revelada al final del camino, cuando colgado en la cruz un centurión romano confiese: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!” (Mc 15,39). Mientras llega ese momento de máxima revelación el discípulo tendrá que ir detrás del Maestro cargando su propia cruz. Ese es el sentido del dicho lapidario de Jesús después del reproche que ha dirigido a Pedro: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”.

Estamos, entonces, ante dos requisitos imprescindibles para ser discípulo: negarse a sí mismo y ponerse en camino. Esto es, negarse al egoísmo e interés personal, que, por lo regular, mantiene estática a la persona, y emprender el camino del calvario, con todo lo que éste contiene de sacrificio. Con su respuesta, Jesús deja claro la posibilidad del martirio como consecuencia del discipulado. Un martirio que no se re­duce solo a la muerte sangrienta, sino a la necesidad de asumir las adversidades que la vida presenta cada día. El evangelista Lucas es el que mejor ha resaltado este aspecto cuando en su Evangelio introduce una pequeña variación a la sentencia de Jesús: “Quien quiera venir detrás de mí… tome su cruz cada día y me siga”.

La cruz viene a ser el signo de todas las pruebas, esfuerzos, sacrificios y sufrimientos que el cristiano debe integrar en su camino de seguimiento al Maestro.

 

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