¡Cuánta fe sencilla en unas Bodas de Oro!

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¡Cuánta fe sencilla en unas Bodas de Oro!

Luis Emilio Montalvo Arzeno y Clarisa Iglesias Brugal

Escribo muy agradecido de Dios y de mis tíos, por ha­berme concedido el regalo de acompañarles sacerdotalmen­te en sus hermosas Bodas de Oro.

Mi tío soñaba con mucha gente para la Misa y la fiesta. La pandemia cambió los pla­nes. Subí de Dajabón a Santo Domingo luego de cinco me­ses de encierro. Presencial­mente éramos una docena. El resto participó virtualmente. El nieto mayor abrió la Misa al mundo. El párroco auto­rizó que celebráramos en la casa. Una verdadera bendición para muchos.

En la boda del 5 de agosto del 1970 participaron 3 sacerdotes jesuitas: José María Uranga, Benito Blanco y su hermano Juan Manuel Mon­talvo.

Después de la Misa “50 Aniversario” vino la mesa.  Y en la sobremesa la sorpresa de un mariachi trinitario que tocó a lo lejos y llegó a los corazones. No podía quedar  sin música la fiesta de un Montalvo.

Luis Emilio y Clarisa se casaron muy jóvenes y en seguida viajaron para estu­diar. El estudio ha marcado definitivamente sus vidas. Clarissa es doctora en medi­cina y Luis Emilio ha servido como psiquiatra durante mu­chos años. Han procreado tres hijos: Jorge Luis, Juan Manuel y Loraine. Tienen tres nietos y una nieta.

Doy gracias a Dios por la servicialidad cualificada, práctica y desinteresada de Tío Luis como psiquiatra al servicio de muchos en la Iglesia Dominicana. Me ha dado, junto a su esposa y fa­milia,  un testimonio de fe, de humanidad y familiaridad.  Me siento muy contento de poder reseñar. Con esto alegro especialmente a mi fami­lia del cielo y de la tierra, y celebro mis 30 años de sacerdocio.

Gracias de

Luis Emilio

 

Quería decir alguna pala­brita. Primero agradecerle a todos nuestros amigos y a los  familiares que están conectados con nosotros. Y por su­puesto a los que están aquí… participando en esta Euca­ristía de acción de gracias. Y  quiero realmente que todas esas personas que están con nosotros se solidaricen, por­que lo sentimos Clarisa y yo, desde nuestro corazón, ese sentido de gracias como su nombre lo indica, “Eucaris­tía”, por la historia de amor que el Señor ha mostrado con nosotros, a través de una ca­dena de acontecimientos,  que son algunos (…) de mu­cha alegría. Pero ha habido también momentos de aventura, que la aventura siempre tiene algo de riesgo. Y tiene también otros momentos do­lorosos, también, de pérdidas.

Por ejemplo, lo del matrimonio así, en un momento medio así, como: “Vamos a casarnos, y nos vamos para Chicago”. Y allá nos fuimos solos, sin amarrar muchos ca­bos, y sin averiguar muchas cosas, sino a ver la mano de Dios que nos acompañara, y no nos soltara en ningún mo­mento, y saliéramos adelante con los propósitos que tuvimos al irnos para Chicago, que fue hacer nuestros estudios.

Yo diría que esos estudios permanecieron por muchos años, porque aparte de los 8 años de jesuita que yo tuve antes de toda esa historia, empezaron unos estudios largos, entre los míos y los de Clarisa, suman casi 20 años, entre los estudios de medicina de los dos, los de postgrado, etc… Pero empezaron esos estudios en Chicago, que fue una aventura, y todo salió bien, y se lograron esos objetivos.

Y cuando regresamos, que empezamos a encargar nues­tro primer hijo, pues el Señor nos mandó una niña, que se nos fue a destiempo. Cuando uno dice que se nos fue a des­tiempo… la niña apenas tenía 6 meses y medio, duró tres días. Fue bautizada por mí. Y Juan, mi hermano, que estaba vivo todavía, estuvo conmigo y digo: “Juan, bautízala”, y (él me) dice: “No. Ya tú la bautizaste. Está bautizada. Yo sólo le voy a dar la bendición final, la bendición de los enfermos, la bendición ya para que emprenda su viaje. Un viaje que, yo diría que he sentido siempre la energía de esa niña, toda la vida. Como un angelito que tiene esta familia en el cielo, que nos está acompañando permanentemente. Yo siento esa ener­gía y se lo he dicho a Clarisa.  No es un dolor, es un privilegio tener un angelito en el cielo, que nos está acompa­ñando y nos está vigilando permanentemente.

Después empezaron a llegar nuestros hijos, tres teso­ros que llegaron, cada uno en su momento, y las cosas que fueron sucediendo… Los ma­trimonios de nuestros hijos… y todo lo que hemos estado viendo: graduaciones, esfuerzos premiados de estudios en nuestros nietos… Y realmente quiero dar gracias por todas esas cosas, porque todas son una cadena de gracias y de acontecimientos… todas esas cosas.

Y una disposición de parte de nosotros, de Clarisa y mía, que no es mérito de nosotros el corresponder a esa gracia. Sino que hasta para eso se necesita gracia, para corres­ponder a la gracia.  Y nos ha dado esa capacidad de corres­ponder a la generosidad de Dios, que no se deja ganar por nadie. Así es que eso es lo que yo quiero decir.

Gracias de Clarisa

 

Primero que nada, yo quiero agradecer que se haya podido hacer esta celebración de la Misa de nuestro “50 Aniversario”. Al principio no sabíamos cuál era la idea, qué era lo que íbamos hacer. Pero gracias a Dios, con la ayuda y la inspiración que ha habido de familiares cercanos, de nuestros hijos, de Rosalina, de Guillermo, de toda la fa­milia, dijeron: no, pero se puede hacer una Misa, y se puede participar a las amistades y a la familia. O sea, que nosotros estamos muy agradecidos de que hemos llegado a estos 50 años. Luis Emilio todavía me hace creer cosas y yo me las creo. Entonces yo, pues, no le puedo más que dar gracias a Dios, de seguir como aceptando todo lo que va llegando y la alegría de haber tenido hijos, de haber tenido nietos. O sea que, me siento altamente complacida de todo lo que ha ido sucediendo y en medio de la pandemia y de la crisis mundial, pues me siento como fortalecida de poder tener algo que manifieste nuestra fe en Dios, de que las cosas se van a ir resolviendo para mejor a todo el mundo.

Así es que gracias por los que nos están viendo por la pantalla, como los que estamos aquí. Y me siento altamente agradecida de haber conocido a Luis Emilio de la manera más simple, en la misma calle de mi casa.  Me lo puso Dios así, como sin mucho protocolo. Y entonces, pues, a partir de ese momento,  hemos estado juntos más de 50 años. Amén.

 

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