Manuel Maza, S.J. mmaza@belenjesuit.org

   Muchas veces, la  Cuaresma pinta de amarillo el inolvidable campus de la PUCMM en Santiago de los Caballeros.  Pero basta un aguacero para que irrumpa la vida tejiendo su alfombra “verde esperanza” dedicada a toda esta juventud estudiantil.

   Así lo recuerda el profeta Isaías al hablar de la salvación que Dios regala a su pueblo y a todos los pueblos: “ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo” (Isaías 43, 16 – 21). La salvación de Dios es como un camino para atravesar el mar, para cruzar el desierto. Cuando Dios salva, su acción es tan novedosa que nos manda: “no recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo: miren que realizo algo nuevo”.

  La salvación es un cambio “de suerte”, como se cambia el llanto de los que sembraron y ahora cantan al cosechar. (Salmo 125).

  Pablo mismo nos exhorta: olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo hacia lo que está adelante” (Filipenses 3, 8 – 14).

   Así fue la salvación que trajo Jesús de Nazaret. Le presentan a una mujer sorprendida en adulterio, para que Jesús también la sentencie a muerte como manda la Ley.

Pero Jesús la salva, primero sometiendo a sus acusadores a su propio juicio implacable: “aquél de ustedes que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. La salvación desbarata por tierra la falsa justicia de sus acusadores. Cada uno se retira acusado y condenado como hipócrita.

   Luego ayuda a la mujer a tomar conciencia de su nueva situación: no hay acusadores, ninguno la condena.

A seguidas le expresa su perdón: “tampoco yo te condeno”. Finalmente, la devuelve a la vida responsabilizándola de su futuro y con una nueva responsabilidad: “anda y en adelante, no peques más”.

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