El fruto de la solidaridad
José Jordi Veras Rodríguez.
Cuando era niño, en nuestro hogar, una de las cosas que más recuerdo es la cantidad de amigos de nuestros padres, que buscaban allí una especie de refugio seguro, porque de alguna manera estaban buscando preservar sus vidas, ante las situaciones de peligro que enfrentaban en sus países.
Uno de muchos casos se refería a los nacionales haitianos que escapaban de la dictadura de Jean Claude Duvalier y sus Tonton Macoutes, que fue una policía secreta y milicia personal, creada por el padre del primero, Papá Doc, Francois Duvalier, organizados en forma de grupos paramilitares que daban apoyo a su régimen y de la cual también se sirvió su hijo, y de esta forma también pudo perpetuarse en el poder.
Se indica que más de 150 mil personas, entre civiles y militares fueron perseguidos y asesinados por éstos. Y lo peor es que muchos pudieron haber penetrado en el país en esa época en la búsqueda de ciudadanos haitianos que estaban en contra del régimen, y que habían logrado escapar de su país y llegar a México o en nuestro país, en lugares que brindaban su apoyo ante este drama.
Ante ese panorama, llegaron muchos de ellos que eran activistas políticos e intelectuales, a nuestro hogar, no solamente porque nuestro padre había asumido desde siempre la defensa de los derechos humanos, simplemente por convicción política y de vida, sin importar nacionalidad, ni raza, ni color, ni credo. Nuestra madre tenía el mismo proceder y pensaba igual que papá.
Nuestros recuerdos de niño fueron viendo lo que nuestro padre definía como: “La expresión más alta del ser humano hacia otro es la solidaridad que pueda mostrar”. En ese tenor, no solamente se limitaron a lo que en el país pudieran ofrecer como mano amiga y de apoyo, sino, que viajaron por el mundo llevando el mensaje de paz y de colaboración para todo aquel que lo requería, incluyendo dominicanos que estaban en otros países, en situaciones difíciles para sus vidas, y si había necesidad de llegar a ellos para que recibieran calor humano y de hermandad, ahí estaban ambos.
Era habitual que para esos viajes, y previo a los mismos, siempre había una reunión familiar en caso de que algo sucediera en esas travesías, a quién debíamos acudir como familia cercana. Porque eran tiempos difíciles que vivía la humanidad con la guerra fría, en la que existían dos bandos que dividían el mundo, no solo en ideologías, sino también en acciones.
Aprendimos con el ejemplo de nuestros padres, que dar la mano amiga; brindar un plato de comida; dar alojamiento a quien no posee un techo; o hacer sentir al otro que no está solo, son de las expresiones que vimos en nuestro núcleo familiar y que siempre formó parte de nuestro crecimiento.
Agradecemos inmensamente haber vivido y experimentado, desde niños, tanto quien escribe, como mis hermanos, el gran amor por los demás, igual como desearía uno para sí mismo. Así, como lo indican las Escrituras, en que nos recuerda la parábola del buen Samaritano y del amor por el prójimo, cuando nos dice: “Ama al prójimo, como a ti mismo”.
Todo esto se puso de manifiesto años después, cuando sucedió el atentado contra mi persona, que uno de los que nos ayudó a llegar a la clínica resultó ser alguien que nunca habíamos visto. Entonces, de alguna manera, este sentimiento y expresión, han estado ligados a nuestra persona y la de nuestra familia, y por eso, hoy se vale agradecer.
Que en este tiempo de Navidad y fin de año, lo que quede en nosotros sea la forma de iniciar un contar de los días del nuevo año, con gratitud y solidaridad.



