Adviento: la espera que nunca llega a completarse

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Hay cosas en la vida que uno sabe que nunca se terminan: las reparaciones en la casa, el WhatsApp de los grupos familiares, y el discurso del jefe cuando se emociona en la cena navideña. Pero por encima de todas, hay una espera litúrgica que no termina nunca: el Adviento.

Cada diciembre nos movemos a un ritmo raro, como si camináramos en puntillas. Es tiempo morado, tiempo de silencio, de sobriedad, de esa espiritualidad casi monástica que huele a incienso, a amanecer frío y a páginas de la Palabra que crujen como si tuvieran vida propia. Pero, sobre todo, es tiempo de espera.

Las cuatro semanas del Adviento funcionan como las estaciones emocionales del alma: La primera semana es el despertador espiritual: “¡Oye, Cristo viene!”. Y uno se siente motivado, como quien empieza gimnasio un lunes.

La segunda semana ya nos pide enderezar senderos, que traducido al lenguaje juvenil sería: “Manito, tu ta’ lento, ponte en eso”.

La tercera, con su rosa esperanzado, nos recuerda que la alegría es un anticipo, no un premio final. Es Dios guiñando el ojo desde lejos.

¿Y la cuarta…? Ah, la cuarta es el misterio. La cuarta es la semana que no se deja completar. Esa que siempre dura menos de lo que promete. Esa que prácticamente empieza y —de repente— ¡boom! Navidad.

Es como si la liturgia misma estuviera diciendo: “La espera es hermosa… pero no eterna. Yo mismo la voy a interrumpir”. Y así, cuando el morado todavía está tibio, llega el blanco radiante. Cuando aún estamos afinando el corazón, Cristo decide nacer sin pedir permiso. Nos sorprende. Nos descoloca. Nos rompe la agenda espiritual.

Por eso el Adviento es tan honesto: no es una espera que se cumple, es una espera que es sorprendida. Una espera que nos forma, nos pule, nos hace vigilantes. Una escuela para imitar la vida de los monjes: en tensión entre el silencio interior y la certeza de que Dios viene siempre… antes de lo previsto.

Así que, si sientes que en este año “no te dio tiempo”, felicidades: has vivido el Adviento como debe ser —una espera abierta— porque el que viene nunca se hace esperar demasiado.

Hasta un próximo encuentro

Desde el Monasterio