Ocasión para reflexionar sobre nuestro servicio, fidelidad, entrega y compromiso 

Esta gran celebración coincide con el día de la Inmaculada y de nuestra Fundación MSC.

Monseñor Plinio Valentín Reynoso

Estos 50 años de mi ordenación sacerdotal vividos junto al padre Juan de Jesús Rodríguez, son una ocasión de gran alegría y gratitud, un momento para agradecer a Dios la gracia de la llamada y de tanta gente que Él ha puesto en el trayecto para darnos apoyo y sostén en este camino. Por eso, es una celebración no tanto de lo que hemos realizado, sino del amor misericordioso de Dios que, en Jesús, nos llamó, nos consagró y nos envió a la misión, pues gracias a su Fidelidad, hemos perseverado en nuestra Vocación y en la tarea misionera. Una ocasión para reflexionar sobre nuestro servicio, fidelidad, entrega y compromiso.

Mis primeras palabras en aquel maravilloso día de mi ordenación fueron: El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (Sal. 125), tras un largo tiempo de estudios, búsqueda y espera, como expresión de que los que sembraron con lágrimas, cosechan entre cantares. Qué bueno poder celebrar esta fiesta aquí en San José de las Matas, que para nosotros ha sido cuna y cantero vocacional de nuestros primeros años de iniciación en el inolvidable Seminario Misionero del Sagrado Corazón.    

Al ser ordenado por Mons. Flores Santana, ratifiqué, como María, el que ya había dado en mi primera profesión religiosa en el año 1972: Hágase en mí según tu voluntad (Lc1,38), con la certeza de que la Palabra de Dios sería la brújula de vida vocacional y ministerial, porque Dios es capaz de devolvernos al significado auténtico de la vida, a la fe que nos lleva hacia Él y a la esperanza en su promesa.

Con fe inquebrantable y confianza en el Señor, emprendí este proyecto con la seguridad de que Aquél que me llamó me conocía con mis errores, pecados y debilidades y sabía de quién se fiaba; por mi parte, yo estaba seguro de que Él estaría siempre conmigo y me sostendría con su gracia.

Al llegar a los 50, la celebración me encontró con 4 días en Cuidados Intensivos en la Plaza de la Salud; esto me dio la ocasión de comprender la fragilidad humana y de recordar que el hombre propone, pero Dios es el que dispone según su voluntad. El esfuerzo de los médicos por rehabilitarme para la fiesta de Nagua el pasado 8 de noviembre, fue una muestra del amor de Dios para los que Él ama; gracias a esos esfuerzos pudimos tener el encuentro con mi familia, en una habitación en la Plaza de la Salud. Dios llama a quien quiere, cuando quiere y de la manera que Él quiere, sólo nos exige disponibilidad para dejarnos llevar por los caminos del Espíritu y una voluntad firme de ser fiel, como Samuel: “Ecce Ego Quia Vocasti me”.

En cuanto a mi colega, Monseñor Juan De Jesus Rodríguez (Juanito), tendría unos siete años cuando su papá le dijo, suavemente: Juanito, ¿quieres ir al Seminario?, ¿te gustaría ser sacerdote? Le dijo el sí sin adorno del niño. En el fondo, no fueron papá o mamá los que le llamaron. Era el Señor que los usaba como mensajeros. La pregunta se la hicieron de forma escalonada, al menos en tres ocasiones, durante seis años más.

Al cumplir los 13 y dadas las condiciones para entrar al Seminario, escuchó la misma pregunta con el mismo aire de libertad y dulzura de antes. Le costó dejar la libertad hogareña – callejera y los juegos de infancia.  

Hace tiempo que el Maestro puso las reglas claras: El que no deja a su padre, a su madre, hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Yo no podía ser la excepción, decía Juanito. Se separó de los suyos un 18 de septiembre de 1961. Le costó meses asimilar esta partida. Lo más terrible era que estaba prohibido pisar de nuevo el hogar, hasta que no llegase el tiempo de vacaciones. 

El relato de estos simples acontecimientos es para recordar que así, en lo ordinario de la vida, entre subidas y bajadas, entre sorpresas y aciertos, en la oración y los desiertos del alma, entre éxitos y fracasos, entre luces y oscuridades transcurrieron los 14 años de Seminario, hasta llegar a la ordenación sacerdotal, el 7 de diciembre de 1975, víspera de la Inmaculada Concepción de María, a quien le guardo con cariño un secretito, secreto no para ella, sino para la gente.

En aquella fecha memorable, por la imposición de manos, el Señor envió su Espíritu sobre él  y lo habilitó, capacitó, lo llenó de su amor y lo envió para que fuese un sacramento viviente de los dones que sólo Él sabe regalar. 

Juanito nota que ha crecido, por su gracia no por él, en ser misericordioso, paciente, y en la capacidad de escucha, especialmente de los afligidos por cualquier causa. Gracias Señor por tu obra y tu confianza en esta débil criatura, todos esos años atrás. 

Y mirando al presente, agradecemos a Mons. Héctor Rafael Rodríguez, por haber aceptado presidir esta celebración, a los Obispos que nos acompañan, signo de cariño y fraternidad, a los sacerdotes, a las Religiosas, Consagrados, laicos y grupos apostólicos, señal de testimonio y cariño; agradezco de todo corazón: especialmente a Mercedes Rodríguez y al P. Manuel Segura y colaboradores que se esforzaron en preparar esta Fiesta para todos. Muchas Gracias.Cincuenta Años después, hoy podemos decir: Este el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Amén.