María Inmaculada: Una pista divina en medio del Adviento

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Hay cosas del Adviento que uno espera: la coronita con sus velas, el morado litúrgico, el friíto que quizá aparece, el té de jengibre y los villancicos que empiezan demasiado temprano. 

Pero en medio de ese camino silencioso hacia la Navidad aparece algo que parece “interrumpir” el calendario: la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. La cual celebramos el pasado lunes 8 del presente mes.

Muchos de los que se acercan al monasterio nos preguntan:

“¿Y por qué celebrar esta Solemnidad mariana justo en el Adviento? ¿Qué tiene que ver María sin pecado, conmigo tratando de no comerme los dulces antes del 24?” Pues… todo.

La Inmaculada es Dios mostrándonos el spoiler más hermoso de la historia: lo que Él quiere hacer con toda la humanidad. En María vemos la humanidad restaurada, limpia, luminosa, como deberíamos ser y como Él sueña que lleguemos a ser.

La Iglesia lo dice sin miedo desde 1854 (dogma definido por Pío IX), pero ya los Padres lo intuían desde siglos atrás. San Efrén la llamaba “Toda pura”. San Agustín decía que “por respeto a Cristo no se habla de pecado en Ella”, y la Tradición fue viendo en María el sí perfecto que abre el camino al Salvador.

Y aquí está la belleza: En pleno Adviento, mientras esperamos la venida del Señor, Dios nos pone adelante a una mujer que ya vivió la promesa hasta el fondo. María es la primera Redimida, no porque necesitara salvación, sino porque Cristo la salvó por anticipado, “con vistas a los méritos de su Hijo”. Es como si Dios dijera: “¿Quieres ver lo que mi gracia puede hacer? Mira a María.”

No la puso en el camino para intimidarnos, sino para animarnos. Es el recordatorio de que la santidad no es un adorno de ángeles, sino una posibilidad real para seres humanos como tú y yo… con sueño, cansancio, tentaciones y la necesidad urgente de un cafecito por la mañana .

Por eso esta solemnidad en Adviento, mientras esperamos a Cristo, nos presenta a Dios que nos muestra el resultado final de su proyecto: Una humanidad libre, bella, sin mancha…una humanidad capaz de Dios.

Y María, como buena madre, nos mira y dice: “Tranquilo… lo que Él hizo en mí, quiere hacerlo en ti.”

Hasta un próximo encuentro,

Desde el monasterio.