El arbolito y el nacimiento
Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.
Le debemos a San Bonifacio (672 – 754) el arbolito. Bonifacio vio que los germanos adoraban a sus dioses cerca de árboles bellos a los que atribuían poderes mágicos. Según la leyenda, una vez que Bonifacio había derribado un árbol sagrado, entre sus ramas descubrió un pequeño abeto. Lo llevó a la comunidad y exhortó a los cristianos a poner un pequeño abeto en sus casas, adornándolo con manzanas, las tentaciones de la vida y con velas, pues la Navidad nos recuerda que Cristo es la luz que alumbra a toda persona que viene a este mundo (Juan 1, 9).
El verde perenne de los abetos, aún durante el más crudo invierno, simboliza la fuerza de vida del Mesías vencedor de la muerte. Les recordó que, ante un árbol Adán y Eva habían sido infieles al Señor, comiendo del fruto de aquel árbol, pretendiendo ser como dioses (Génesis 3, 1 -24). Ahora, en Navidad, el pequeño abeto nos anuncia la nueva creación, el nuevo comienzo salvador que nos trajo Cristo naciendo entre nosotros. El abeto de verde perenne es el árbol del segundo Adán, Cristo (Romanos 5, 12 -21 y 1ª Corintios 15, 45). Así, San Bonifacio libró a los sajones de la idolatría inmediatista y abrió sus corazones al Padre Nuestro de los cielos.
El nacimiento se lo debemos a San Francisco de Asís († 1226). En sus días, muchos cristianos, despreciaban lo humano, el matrimonio, la sexualidad y hasta el cuerpo. Con el nacimiento, Francisco de Asís, ya en el año 1223, acercó la Navidad a cada hogar. El nacimiento es una catequesis en imágenes, una invitación visual a considerar cómo el Hijo de Dios valora nuestra humanidad al hacerla suya.
Por San Buenaventura sabemos que en el 1223 el Papa Honorio III autorizó a Francisco de Asís a promover la devoción al nacimiento de Cristo, recreando un Belén viviente, con varios amigos, un pesebre lleno de paja, un buey y un asno. Los primeros en disfrutar su Belén fueron los habitantes de Greccio.
Los animales escogidos, recuerdan el pasaje de Isaías 1, 3: “el buey conoce a su dueño y el burro el pesebre de su señor; pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende.” (Isaías 1, 3). El arbolito anuncia una nueva creación, el nacimiento nos ayuda a meditar la encarnación.




