La templanza ordena el corazón; el trabajo espiritual lo llena de gracia
“Templanza y trabajo” es una síntesis profunda del espíritu miguelita, heredado del beato Bronislao Markiewicz, quien veía en estas virtudes un camino seguro hacia la madurez humana y la santidad.
La templanza es madre de la sobriedad, la austeridad y el equilibrio interior; el trabajo es cooperación responsable con la gracia. Bajo estos pilares se sostiene el carisma de la Congregación de San Miguel Arcángel. Y, de modo providencial, constituyen también un camino privilegiado para vivir el Adviento.
El Adviento no es una espera pasiva, sino una preparación seria del corazón. La liturgia invita a despertar, discernir, purificar y disponernos a la esperanza. En esta pedagogía espiritual, la templanza y el trabajo se vuelven herramientas esenciales para no vaciar este tiempo de su profundidad.
La templanza, en sentido miguelita, no es solo contención externa, sino una actitud interior que da dominio del corazón y libertad ante los deseos desordenados. Hoy es especialmente necesaria, pues el Adviento corre el riesgo de quedar sepultado bajo deseos excesivos de comprar, festejar, comer, decorar y endeudarse, creyendo que así se prepara la Navidad.
Estos excesos no dan alegría; generan ansiedad y pérdida de paz espiritual. Cuando el corazón se deja arrastrar por el consumo, queda sin espacio para el Dios que viene en la humildad de Belén. La templanza miguelita invita a recuperar el equilibrio, ordenar deseos y escoger lo esencial.
Los profetas del Adviento, Isaías y Juan Bautista, reclaman esta claridad: “Preparen el camino del Señor”. Prepararlo no es acumular, sino retirar obstáculos interiores. La templanza ayuda a ver qué dispersa, qué sobra y qué impide escuchar a Dios. Ella sostiene la sobriedad, favorece la austeridad interior y genera un estilo de vida sencillo y abierto a la gracia.
La segunda palabra del carisma, trabajo, expresa el modo cristiano de estar en el mundo. Conviene recordar que existen tres tipos de trabajo: físico, intelectual y espiritual. A lo largo del año solemos desgastarnos en los dos primeros, pero descuidar el tercero. El trabajo espiritual –oración, examen del corazón, escucha de la Palabra, obras de caridad– es el que unifica los demás y devuelve equilibrio interior. El Adviento es un tiempo ideal para retomarlo a fondo.
En este camino, dos prácticas se vuelven esenciales: participar en un retiro espiritual y confesarse. El retiro ofrece silencio, luz, discernimiento y renovación interior; es detener la vida para dejar que Dios hable. Y la confesión limpia el corazón, sana heridas, rompe cadenas y prepara un alma nueva para la Navidad. Sin estas dos obras, el trabajo espiritual queda incompleto, porque Cristo no nace en un corazón cansado, sino en uno reconciliado.
Un Adviento sin templanza sería superficial; sin trabajo espiritual sería estéril. Juntas –templanza y trabajo interior– forman un camino equilibrado. La templanza ordena el corazón; el trabajo espiritual lo llena de gracia. Así se prepara la llegada del Señor, que viene al alma vigilante y disponible.San Miguel Arcángel, defensor de la claridad y la fidelidad, custodia este camino. Vivir la templanza y el trabajo espiritual es, en este Adviento, acoger de verdad al Dios que viene.




