LO QUE REALMENTE NOS AFECTA

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José Jordi Veras Rodríguez.

Hay quienes piensan que algo que físicamente les puede afectar, es lo que realmente más duele, o es más difícil superar, sin embargo, la experiencia nos ha demostrado que nada es más duro que aquello que es capaz de romper el alma, tu interior.

Y no solamente estamos hablando del aspecto psicológico, porque eso puedes tratarlo con especialistas en la materia, a lo que nos referimos, es lo que solamente puedes ir más allá, que solo puedes vencer a través de la Palabra o de reconocer que fuera de ti, hay alguien más fuerte y que es quien tiene el control de todo.

La partida de un ser querido, nos deja un vacío enorme, que tenemos que saber cómo superarlo. Encontrar las herramientas con las que tenemos que seguir adelante. Pero eso no se logra, solamente con fuerza de voluntad, sino que debe existir también el acoger en nosotros la presencia de la misericordia de Dios, el amor de Jesús, y el resguardo del Espíritu Santo.

Es posible que alguien nos diga que no tiene una fe lo suficientemente fuerte como para lograr algo a través de la confianza en aquel que no podemos ver. Sin embargo, tarde o temprano llegaremos a la conclusión, de que nada nos sanará, si no es a través de la acción divina en nosotros.

Lo mismo es, para alguien que ve romper su matrimonio; o cuando está atravesando por crisis emocional por diversas situaciones; rendirnos no es una alternativa que dará solución alguna, es buscar cómo sentir la presencia de Dios en nosotros, no mirar la grandeza de nuestros problemas, sino la superioridad de Dios sobre toda tormenta o adversidad.

Bien nos lo dicen las Escrituras, en Mateo 10;28, “Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma…”. Hoy, el ser humano está luchando muchas batallas en su día a día, ya sea desde sus pensamientos, hasta lo que tiene que resistir en el exterior. 

Estamos viviendo una vida con mucha prisa, pero no somos capaces de detenernos porque creemos que sería perjudicial, cuando es todo lo contrario, porque detenernos por momentos nos permite reflexionar y mirar en otras dimensiones que nos hacen mucho más conscientes de lo que estamos viviendo.

Estamos más prestos a mirar hacia atrás o pensar en lo que aún no ha sucedido, y vamos dejando perder el ahora. Esto nos invita a estar más ansiosos que tranquilos.

Hemos dejado de mirar en el amor, la solidaridad, el afecto, el abrazo, el cariño, y la atención, como elementos para ser más luz que oscuridad.

Estamos más concentrados en lo que nos falta que en aquello que tenemos, y en ese tiempo, perdemos el discernimiento de valorar lo realmente importante. Busquemos ahondar más en fortalecer eso que no vemos, pero que sentimos. Eso que no tocamos, pero nos invita a ser mejores seres humanos. Eso, que no podemos cuantificar, pero nos llena de tal manera, que nos brinda un gozo permanente y con lo cual podemos ser capaces de ser mejores ante los ojos del Altísimo, antes que a la mirada de los hombres. Porque estamos dándole la importancia a eso, que de no tener su conexión, puede derribarnos.