Mary Esthefany García
Cada persona es un templo sagrado, más allá de su religión. En un mundo marcado por la
diversidad cultural y espiritual, es urgente abrazar una pastoral que no discrimine, sino que
acoja con ternura el caminar de cada corazón. La verdadera espiritualidad no levanta muros,
sino que tiende puentes de encuentro y comprensión.
“Bienaventurados los que trabajan por la paz.” – Mateo 5:9
Este versículo resuena profundamente con la experiencia de quienes se esfuerzan por vivir y
promover una fe que no excluye, sino que abraza. Trabajar por la paz implica reconocer la
dignidad de cada ser humano como portador de lo sagrado, sin importar su credo, identidad o
historia. En la práctica pastoral, esto significa escuchar sin prejuicios, acompañar sin imponer y
celebrar la pluralidad como un don de Dios.
Esta experiencia me ha enseñado que el Espíritu sopla donde quiere, y muchas veces lo hace
en los márgenes, en quienes han sido rechazados o incomprendidos. Construir puentes es una
tarea de amor, paciencia y humildad. Requiere despojarnos de certezas absolutas para
caminar junto al otro desde la empatía, la compasión y la esperanza.
Oración final:
Señor de todos los caminos, enséñanos a amar sin condiciones, a ver en cada rostro tu
presencia viva. Haznos constructores de puentes y no de muros, sembradores de paz en un
mundo herido. Que nuestra fe sea instrumento de unidad y nunca de división. Amén.




