De desayunos, zapatos y corbatas

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Por diversas razones, en estos días me alojé en dos hoteles muy distintos. El primero, puro lujo, luces por doquier y abundancia; el segundo, muy sencillo, cálido y con lo indispensable para los huéspedes.

En el suntuoso, en el área de desayuno, había decenas de alimentos para elegir: frutas exóticas, pastas de todas las formas, postres hasta con figuritas, especias de Oriente, embutidos alemanes, carnes argentinas, jugos de colores extraños, cereales a granel, pizzas a la leña, papas como pelotas de tenis, dátiles marroquíes, mangú cibaeño…

Al encontrarme con tantas cosas, no sabía por dónde empezar. Opté por recorrer el lugar, iba de aquí para allá, de allá para acá, me detenía a observar los manjares, me retiraba, volvía, no aparecían los platos, daba vueltas, regresaba al mismo sitio y coincidía con personas en idéntico estado, a las que ya sutilmente saludaba; al final, casi sin apetito, tomé lo más cercano. 

Mientras, en el sencillo hotel, en el desayuno solo había huevos fritos y revueltos, tres tipos de panes, mermelada, mantequilla, leche, café, agua y jugo de naranja. En un minuto, gozoso y sin complicaciones, me serví y degusté aquello como lo hace un condenado a muerte en su última cena. 

Luego de la “jartura”, razoné que no debemos preocuparnos ni ocuparnos por almacenar mucho si tenemos vacía la despensa de la alegría. Recordé que no hace falta lo que sobra y sobra lo que no hace falta y que lo materialmente excesivo nos entorpece caminar, empaña de polvo nuestras miradas, atrofia, distrae, marchita cerebros, carcome sueños y dificulta decidir con rapidez. Pondré otros ejemplos propios.

Tenía diecisiete pares de zapatos cuando el médico me indicó que sufría de espolones en los pies y que yo debía usar calzados ortopédicos. Como apenas poseía uno así, regalé el resto y me sentí libre al hacerlo. Y anduve durante 6 meses con ese par, no me hacían falta más y tampoco había titubeos al momento de elegir. Uno y ya. Era ese. Listo.

No olvido que tenía decenas de corbatas y apenas usaba 7, las mismas que siempre están delante del porta corbatas, incluyendo dos negras necesarias para vestirme de abogado para ir a los tribunales. Prescindí de las demás y no perdí nada; al contrario, gané espacio y claridad en mi closet.

La vida es más simple de la cuenta, pero nosotros la complicamos, la alteramos y la convertimos en indomable, como si le huyéramos  o le temiéramos a la felicidad. Mis experiencias con los desayunos, los zapatos y las corbatas ojalá se impongan en cada acto de mi existencia, pero la vanidad suele estar al acecho y a veces caemos en sus trampas.