- Diácono Ysis Estrella .
“El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel” (Lc 16,10).
El mes de octubre concluye recordándonos que la santidad no está reservada a unos pocos, sino que es la vocación de todos. La Iglesia lo expresaba con claridad en la Lumen Gentium: “Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). La santidad se cultiva en la vida diaria, en esas pequeñas decisiones que, acumuladas, van transformando nuestro corazón.
El Papa Francisco nos habla de la “santidad de la puerta de al lado” (Gaudete et Exsultate, 7): personas sencillas que viven con amor su fe, que trabajan con honradez, que cuidan a su familia con paciencia, que perdonan sin guardar rencor. Son testigos ocultos, pero preciosos, que sostienen el mundo con su fidelidad silenciosa.
En esta semana nos preparamos también para la fiesta de los apóstoles Simón y Judas, el 28 de octubre. Ellos no tuvieron el protagonismo de Pedro o Pablo, pero su testimonio humilde fue semilla del Evangelio en tierras lejanas. Con ellos aprendemos que cada servicio, aunque pequeño, tiene valor inmenso cuando se ofrece en nombre de Cristo.
Ser testigos en lo pequeño es saludar con alegría, cumplir la palabra dada, ayudar sin esperar nada a cambio, rezar por quien lo necesita. Estos gestos, aparentemente insignificantes, abren caminos de luz en medio de la rutina y nos convierten en evangelio vivo para quienes nos rodean.
La invitación es clara: asumamos con amor las pequeñas tareas de cada día. Allí, en lo oculto y sencillo, se juega nuestra fidelidad al Señor y se construye la santidad que transforma el mundo.