Monje Cisterciense
Fr. Agustín Rivera, ocso
Antes, el problema en misa era que alguien se dormía. Hoy, el nuevo deporte olímpico es ver quién logra revisar WhatsApp sin que el padre lo note.
El celular en la Iglesia se ha vuelto casi un invitado no deseado. Y ojo, no es del demonio: gracias a él muchos rezan el rosario con apps, leen la Biblia digital o siguen la liturgia. ¡Bendita tecnología! El lío comienza cuando el Gloria se canta en el altar y en el banco se oye de fondo: “Despacitooo…”.
Lo más triste no es solo el sonido, sino la desconexión. Estás frente al Santísimo, en el banquete del Cordero, y tú: “un segundito que estoy respondiendo el grupo de las Besties”. Es como estar en tu boda y sacar el celular para scrollear TikTok mientras tu esposa dice el “sí, acepto”, absurdo, ¿verdad? Pues así se siente Cristo.
El Papa Francisco lo ha recordado: “La misa no es un espectáculo”, es un encuentro con el Señor. Y un encuentro requiere atención, silencio y corazón abierto. ¿Cómo escuchar la Palabra si los oídos están llenos de notificaciones?
Tampoco se trata de satanizar. Si usas el celular para leer la Biblia, orar la Liturgia de las Horas o seguir la homilía, ¡excelente! Pero si el teléfono tiene más protagonismo que el Evangelio, algo anda mal.
San Juan Crisóstomo decía: “No es posible salvarse si, mientras se ora, se piensa en cosas vanas”. Imagínate si además esas “cosas vanas” vibran, suenan y se iluminan.
Esta semana, cuando entres a la Iglesia, pregúntate: ¿a quién vine a ver? Si es a Cristo, ponlo en prioridad número uno… y el resto, en modo avión. Porque, seamos claros: Dios no te va a escribir por WhatsApp, pero sí te quiere hablar al corazón.
Hasta un próximo encuentro,
Desde el Monasterio