Hojuelas de esperanza
Por Mary Esthefany García
Colaboración, desde España
Era una paciente del área de psiquiatría. Ya entrada la noche, solicitó asistencia: necesitaba ser
escuchada. Me compartió su historia con una mezcla de angustia y desahogo. Se sentía
injustamente encerrada, atrapada en una realidad que quizás ese día le pesaba más que otros.
Tal vez era efecto de la medicación, del tratamiento, o simplemente un mal momento en su
proceso de recuperación.
Comprendí que un paciente en estas circunstancias puede atravesar múltiples estados
emocionales, y que lo esencial, muchas veces, no es hablar, sino simplemente estar. La escuché
con atención, y cuando el silencio lo permitió, solo le dije:
“No te preocupes… mañana será otro día. Esta noche rezaré por ti.”
Al día siguiente, volvió a llamar. Esta vez su voz era distinta, más serena. Me dijo:
“Muchas gracias por toda la ayuda que me diste.”
Para mí, honestamente, sentía que no le había ofrecido la ayuda suficiente. Pero para ella,
aquel gesto simple fue algo extraordinario.
“Una palabra dicha a tiempo, cuán buena es.”
— Proverbios 15,23
Este versículo me recordó que, en el mundo del sufrimiento emocional, un gesto pequeño, una
palabra sencilla, puede convertirse en un ancla de esperanza. Aquella noche no hubo
respuestas profundas ni soluciones inmediatas. Solo presencia, escucha y una promesa de
oración. Y Dios hizo el resto en su corazón.
Reflexión personal:
Aprendí que no siempre estamos llamados a resolver, pero sí a acompañar. Que a veces lo que
creemos insuficiente, Dios lo multiplica en el alma del otro. La gracia actúa en el silencio, en la
escucha, en la fe de que incluso lo pequeño puede sanar.
Oración final:
Señor, buen Pastor de las almas heridas,
enséñame a escuchar como Tú escuchas,
a estar presente sin juzgar, a acompañar sin prisa.
Hazme instrumento de tu consuelo en medio del dolor que no se ve.
Y que nunca olvide que, en Ti, todo gesto de amor
tiene un valor eterno, aunque parezca pequeño.
Amén.