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En mis años de adolescente y seminarista conocí la figura de este insigne y peculiar Obispo de la Diócesis de Cuernavaca en México: Don Sergio Méndez de Arceo, y en este verano, gracias al Señor he tenido la suerte de conocer su tumba, hablar con personas que compartieron con él, como la religiosa que lo cuidó en sus últimos años, y estar en el humilde y pobre convento donde se alojó a su retiro, y ver la habitación sencilla donde pasó sus últimos días.

Don Sergio (1907-1992), Obispo de Cuernavaca desde 1952 al 1992, fue un hombre inteligentísimo, un gran intelectual. Era doctor en historia de la Iglesia. Se adelantó a lo que el Concilio propuso a nivel litúrgico, quitando los muchos retablos que la Catedral de Cuernavaca tenía y descubriendo unos antiguos dibujos, que reflejaban la fe del pueblo y que alguien con mala pintura y saña quiso borrar, pero que la providencia mantuvo y hoy se aprecian en dicho lugar. Fue un gran promotor de las comunidades eclesiales de base, defensor de los pobres y de los derechos humanos, teólogo de la liberación, y hombre de mucha fe y verdadero testimonio de solidaridad y compromiso cristiano, el cual todos recuerdan.

Tenía sus peculiaridades como el hecho de que usaba como Obispo un báculo muy particular que era un palo de una rama de pino con un clavo atravesado en la punta de arriba. En vez de casulla una especie de poncho propio del lugar. Introdujo música de mariachis en las celebraciones, no por búsqueda de llamar la atención, sino en un querer inculturar la fe a partir de las vivencias populares y valores propios del pueblo.

Su compromiso social desde su fe y obligación de pastor del pueblo de Dios, le llevó a participar de manera activa contra las muchas injusticias que se daban en el México de entonces y más allá, lo que ha llevado a que muchos le llamen ´´Patriarca de la solidaridad´´, y los enemigos ´´El Obispo rojo´´. Pues supo entablar un diálogo muy fecundo con aquellos que no eran parte de la Iglesia, pero luchaban contra los abusos y regímenes de poder que habían en esos momentos en el Continente y esperaban la instauración de la democracia y una sociedad donde cupieran todos. 

Pero también supo elevar su voz y esfuerzo por el respeto a los derechos humanos donde quiera, y apoyar a aquellos e instituciones que propugnarán por esta noble tarea, por eso hoy día, desde   1992 se estableció en México el premio “Don Sergio Méndez Arceo”, que se otorga como reconocimiento a organismos y activistas que luchan en favor de la paz, la autodeterminación de los pueblos y el respeto a los derechos humano.

Personas como él nunca caen bien a todos ,dentro y fuera de la Iglesia. Es el precio del ser profeta de Dios atestiguado en las Sagradas Escrituras. Don Sergio se une a ese gran caudal de Obispos-Profetas que enriquecen la historia de nuestra Iglesia Latinoamericana y han trabajado toda  una tradición propia del magisterio episcopal del continente, donde la fe pasa por el otro pobre y explotado, y hace falta una solidaridad real externada en un compromiso y acciones donde se hagan presente los valores del Evangelio, y una realización visible del reino de Dios.

Me cuentan que Don Sergio Méndez Arceo fue muy amigo de Mons. Roque Adames, quien fuera Obispo de la hoy Arquidiócesis de Santiago, no se si ambos coincidieron cuando estudiaban en Roma, pero sí coincidieron  en esa actitud de apertura de la Iglesia a las necesidades de los nuevos tiempos y de aplicar el Concilio Vaticano II.  Gracias damos al Señor por Don Sergio, y que su memoria de hombre y pastor comprometido por el reino perviva en nosotros y anime a las futuras generaciones.