Francisco, el Papa venido “del fin del mundo” 

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Pope Francis waves as he leaves at the end of the weekly general audience in Saint Peter's Square at the Vatican March 27, 2013. Holy Week is celebrated in many Christian traditions during the week before Easter. REUTERS/Tony Gentile (VATICAN - Tags: RELIGION)

Padre Ángel Díaz 

El 2 de septiembre de 2012 llegué a Roma, por primera vez, para la realización de una especialidad en Teología Fundamental. Como era de esperarse, una de mis primeras salidas fue al Vaticano. Estando en la Plaza San Pedro, frente a la Ventana de las bendiciones, le dije a mis compañeros: “Sería interesante estar aquí cuando se anuncie el nuevo Papa”; y, en seguida, aclaré: “No es que yo quiera que se muera Benedicto, pero sería interesante”. Eso no pasó de ser un comentario fortuito, tal vez una ocurrencia fugaz. Sin embargo, unos meses después el Papa Benedicto XVI sorprendió al mundo con su renuncia el 11 de febrero de 2013, la cual se haría efectiva a las 20:00 horas de Roma el día 28 del mismo mes.

UN PONTIFICADO REVOLUCIONARIO

El 12 de marzo se dio inicio al Cónclave que en una quinta ronda de votación elegiría al nuevo Papa. El 13 de marzo de 2013, la fumata blanca anunciaba la elección de un Papa que rompía con muchos moldes tradicionales. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, se convertía en el primer pontífice latinoamericano y jesuita en la historia de la Iglesia, el primero no europeo en casi cinco siglos y el primero en tomar el nombre de Francisco. Con un gesto sencillo, inclinando la cabeza para pedir oración y la bendición del pueblo, sorprendió a todos, inició un pontificado marcado por una profunda voluntad de reforma, una cercanía pastoral sin precedentes y una firme apuesta por “una Iglesia pobre para los pobres”. Y

tengo que decir que yo estaba ahí, así se cumplieron aquellas palabras —cuasi proféticas— en las que expresaba el deseo de ver el anuncio del nuevo Papa sin que muriera Benedicto XVI.

En efecto, el pontificado de Benedicto

XVI había enfrentado graves crisis: los escándalos por abusos sexuales, la filtración de documentos internos (Vatileaks), la desconfianza creciente hacia la Curia Romana y una Iglesia que, en muchos lugares, parecía alejarse de la vida real de las personas. De esa manera, su renuncia abrió un espacio inédito para una elección que, más allá de lo geográfico, trajo consigo un cambio de rumbo en el papado y, por tanto, en la Iglesia.

Al adoptar el nombre de Francisco — inspirado en el poverello de Asís—, el nuevo Papa marcó desde su elección un estilo pastoral radical: gestos de cercanía (como residir en Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico), un lenguaje accesible y un rechazo explícito a los símbolos de poder tradicionales, y se involucró en la vida cotidiana de la gente. Su estilo sencillo, su insistencia en la ternura y su llamado a la alegría del Evangelio, reflejan una espiritualidad profundamente ignaciana, centrada en la misericordia, que, a decir de Francisco, “es el primer atributo de Dios”.

REFORMA DE LA CURIA Y SINODALIDAD

Aunque la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis (n. 81) prohíbe explícitamente acuerdos previos al cónclave,

* El autor es sacerdote de la diócesis de San Francisco de Macorís; párroco de la Catedral Santa Ana y Vicario de Pastoral; además, es docente en el Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino y en la UCNE.

Varios analistas señalan que temas como la reforma de la Curia fueron discutidos informalmente entre los cardenales antes de la elección de Francisco. Así que la reforma de la Curia, aunque lenta, fue uno de los grandes compromisos de Francisco. En consecuencia, instituyó el Consejo de Cardenales (C9) para ayudarlo en el gobierno de la Iglesia y en la reestructuración de los organismos vaticanos. La nueva constitución apostólica Praedicate Evangelium (19 de marzo de 2022) consolidó una Curia más misionera y al servicio de las Iglesias locales. Además, promovió una mayor descentralización, confiando en el discernimiento de las conferencias episcopales; claro está, no en lo referente a asuntos doctrinales.

La sinodalidad se convirtió en uno de los pilares del pontificado de Francisco, marcando un estilo de gobierno más participativo. Francisco impulsó un estilo sinodal en la Iglesia: caminar juntos, escuchar, discernir comunitariamente. El proceso del “Sínodo sobre la Sinodalidad” (2021–2024) fue la expresión más clara de esta visión de Iglesia como Pueblo de Dios. Aunque considero que el documento final no refleja exactamente el espíritu de lo que se vivió en dicho Sínodo y el Papa debió escribir una exhortación apostólica postsinodal.

DOCTRINA SOCIAL Y OPCIÓN POR LOS POBRES

El magisterio de Francisco destaca por su audacia y alcance global. En su exhortación Evangelii Gaudium (24 de noviembre de 2013), esbozó un programa pastoral revolucionario: una Iglesia ‘en salida’, misionera y arraigada en la alegría del Evangelio. Encíclicas como Laudato Si’ (24 de mayo de 2015) —primera en la historia centrada en una ecología integral— trascendieron el ámbito religioso, influyendo en cumbres climáticas y movimientos sociales.

Fratelli Tutti (2 de octubre de 2020) propone una fraternidad abierta, universal, más allá de las fronteras. Laudate Deum (4 de octubre de 2023) invita a alabar a Dios por todas sus creaturas y a cuidar la casa común en medio de la crisis climática actual. Estos textos han tenido un impacto más allá del ámbito eclesial, siendo citados en espacios académicos, políticos y sociales.

De igual modo, en Misericordiae Vultus (11 de abril de 2015), convocó el Jubileo de la Misericordia, en el que proclamó que “el nombre de Dios es misericordia”, una de las notas más distintivas de su teología pastoral. Su opción preferencial por los pobres se tradujo en gestos concretos: visitas a cárceles

—su última salida del Vaticano fue a una cárcel donde se reunió con unos 70 reclusos el pasado jueves santo—, hospitales, campos de refugiados, etc. Desde Buenos Aires venía denunciando la “cultura del descarte”, grito que se incrementó desde la Colina Vaticana; también clamó por una economía más humana. En sus viajes a países olvidados — como Myanmar, Sudán del Sur, o República Centroafricana—, mostró que la periferia geográfica y existencial es lugar teológico privilegiado en donde podemos encontrar la presencia de Dios.

De ahí que la figura del Buen Samaritano se convirtió en paradigma de su propuesta: una Iglesia que se detiene, que cura, que acompaña. El Fratelli Tutti hizo una hermosa relectura de esa parábola.

Asimismo, siguiendo la línea abierta por San Juan Pablo II en Christifideles Laici (30 de diciembre de 1988), promovió una mayor participación de los laicos en la vida eclesial, destacando su corresponsabilidad en la misión. Igualmente nombró varias mujeres en cargos clave de la Curia Romana, como en la Secretaría General del Sínodo o en la Comisión Pontificia para América Latina, entre otras, y abrió el camino a una reflexión más profunda sobre su papel en la Iglesia. Sin romper con la tradición doctrinal, impulsó

procesos reconociendo su liderazgo, especialmente en el ámbito pastoral, teológico y misionero.

ECUMENISMO Y DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

Ese impulso teológico y pastoral llevó al Pontífice más allá de las fronteras del catolicismo, donde el diálogo ecumenismo y el interreligioso no quedaron fuera de su alcance, entendiendo la catolicidad de la Iglesia como “apertura al otro”, superando la auto referencialidad y la búsqueda de la comunión y la unidad en la diversidad. Francisco entendió el ecumenismo como un camino espiritual más que un ejercicio de diplomacia religiosa; es decir, como un proceso de conversión al Evangelio y una forma de vivir la catolicidad, ya que “el compromiso con la unidad prevalece como un camino inevitable de evangelización” (EG 244). Incluso, en su visita al Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra (21 de junio de 2018) afirmó que el ecumenismo está intrínsecamente ligado a la misión, pero: “¿Cómo pueden los cristianos evangelizar si están divididos entre ellos? Esta apremiante pregunta es la que dirige también hoy nuestro caminar y traduce la oración del Señor a estar unidos «para que el mundo crea» (Jn 17,21)”. En ese sentido, hemos de destacar su apertura a los cristianos orientales, sus encuentros con el patriarca Bartolomé I; así como con el patriarca Kiril en la Habana.

El compromiso de Francisco con la unidad cristiana y el diálogo interreligioso marcó un hito en la historia reciente de la Iglesia. Inspirado en Nostra Aetate (28 de octubre de 1965), Francisco transformó la teoría en acción: su encuentro con el Gran Imán Ahmad de Al-Azhar en 2019 no sólo produjo la Declaración sobre la fraternidad humana (4 de febrero de 2019), sino que inspiró proyectos educativos conjuntos en zonas de conflicto, como el Líbano.

En dicha Declaración se afirma que “las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. […] Por esto, nosotros pedimos a todos que cese la instrumentalización de las religiones para incitar al odio, a la violencia, al extremismo o al fanatismo ciego y que se deje de usar el nombre de Dios para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión”. De igual modo, en Fratelli Tutti recuerda que las religiones deben estar “al servicio de la fraternidad en el mundo”; de ahí que no dudó en reunirse con líderes de diversas religiones como judíos, hindúes, islamitas, budistas, etc., promoviendo la cultura del encuentro y el rechazo del odio y la enemistad por asuntos religiosos, pues, “entre las religiones es posible un camino de paz” (n. 281). De ahí que buscó consolidar el diálogo como fraternidad entre los pueblos y las religiones, conservando cada uno su propia identidad como un punto de partida para la comunión. Esta apertura, sin embargo, no estuvo exenta de tensiones, como evidencian las críticas de sectores conservadores a su enfoque ‘demasiado inclusivo’.

DESAFÍOS Y RESISTENCIAS

Si bien Francisco impulsó una Iglesia más abierta al mundo, estas reformas no estuvieron exentas de resistencias. El Cardenal Raymond Burke, líder de sectores tradicionalistas, criticó su enfoque pastoral por considerarlo alejado de la disciplina eclesial. A esto se suman las reacciones a Fiducia Supplicans (23 de diciembre de 2023), que al menos 15 conferencias episcopales —como las de Polonia, Hungría y varios países africanos— rechazaron públicamente, argumentando que generaba confusión doctrinal, lo cual obligó al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a publicar algunas notas aclaratorias. Conflictos como el del Sínodo alemán —

cuya propuesta de un ‘Consejo sinodal’ generó advertencias del Vaticano, que emitió un documento en 2023 (Responsum ad dubia

—Respuestas a las dudas—) rechazando sus propuestas, que incluían la ordenación de mujeres diaconisas y bendiciones a parejas homosexuales— ilustran la polarización que sus reformas provocaron.

Igualmente, sectores ultraconservadores criticaron la apertura al rol de la mujer en la Iglesia, su visión de la sinodalidad, su estilo directo, las muchas entrevistas a medios internacionales, etc. Algunos incluso han cuestionado su ortodoxia doctrinal, por ejemplo, en lo referente a una mala interpretación de Amoris Laetitia (19 de marzo de 2016) respecto a la comunión a los divorciados vueltos a casar. No obstante, Francisco insistió en que no se trata de relativismo, sino de discernimiento, misericordia y fidelidad al Evangelio.

En ese sentido, más que cambios estructurales —que los hizo—, el legado de Francisco parece ser un cambio de mentalidad en el ejercicio del papado. Sembró semillas para una Iglesia más horizontal, en la línea teológica de la Iglesia como Pueblo de Dios y, por tanto, más participativa, más profética. Aunque su impacto es ya evidente en muchos ámbitos de la vida eclesial, la reforma aún está en proceso.

Es indudable que su testimonio revitalizó el papel del Papa como pastor universal, no como monarca. Y su apuesta por la sinodalidad podría marcar el rumbo de los pontificados futuros, y profundizar en las reformas iniciadas especialmente en el ámbito teológico y financiero.

En definitiva, Francisco, el Papa venido ‘del fin del mundo’, no sólo reformó estructuras, sino que devolvió a la Iglesia su rostro más humano: una voz profética en las periferias —físicas y existenciales—, donde el Evangelio late con urgencia. Por eso, su reforma  abarca  el  ámbito  espiritual  y

misionero, y con su estilo profético y pastoral, recordó a la Iglesia su verdadera vocación: ser signo del Reino de Dios, o como diría el Concilio: “Ser sacramento universal de salvación”; ser buena noticia para todos, comenzando por los últimos. Como él mismo dijo: “La Iglesia debe salir a las periferias, porque allí está herido Cristo”. Su legado, en efecto, es ese: una Iglesia que elige el servicio sobre el poder, y que encuentra a Dios en los márgenes.

El legado de Francisco, como semilla plantada, aún espera su cosecha. Su llamado a una Iglesia ‘en salida’ y su visión de una fe encarnada en las periferias —geográficas y existenciales— retarán a sus sucesores a mantener el rumbo hacia una Iglesia más cercana, justa y fraterna, sin perder de vista los desafíos que aún persisten.