Padre William
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En este Año Jubilar dedicado a la Esperanza, dentro de nuestro Plan Nacional de Pastoral, y convocados por el Papa Francisco a ser “Peregrinos de Esperanza”, es bueno volver a las Sagradas Escrituras y ver el alcance de este término dentro de la Palabra de Dios, para un actuar más efectivo en este mundo frágil y devastado en algunas partes, por parte de nosotros los hijos de Dios y de la Iglesia.
Primeramente situémonos en el término Esperanza en sí. En Hebreo es tiqwa (qavab), indica la expectativa de un bien futuro. En griego es elpis (Sustantivo) y Elpiso (Verbo): esperanza u objeto de la esperanza.
Comenzando por el Antiguo Testamento vemos que es la expectativa confiada de la protección y bendición de Yahvé, el cumplimiento de la promesa de la alianza, la cual comienza con Abraham: el porvenir garantizado a través de una promesa: tierra y familia (Gen 12,1ss). Es una esperanza en principio mayormente terrenal: “La tierra que mana leche y miel” (Ex 3,8.17). El objeto de la esperanza era la ocupación-conquista de la tierra de Canaán, su posesión (Gen 15-17 y Dt 1,8). Después de ocupar la tierra la esperanza era la protección de Yahvé.
Los Profetas denunciaron cualquier promesa ilusoria y hablaron del ´´Día de Yahvé´´ (Am 5,18), como la definitiva liberación de todo mal y el principio de una era feliz, duradera para siempre. Ante la infidelidad de Israel por la idolatría, siempre dejaron una puerta abierta de la esperanza en la restauración de Israel o por lo menos un “Resto” que la viviría, es la teología del resto y de los pobres de Yahvé (Am 9,8 y Is 10,19ss). La esperanza en Israel tiene también connotaciones escatológicas, pues el reino o los reinos serán restaurados y Yahvé será de manera definitiva su rey (Is 55,3 y Jer 31,33), y Dios les perdonará (Os 11,1ss y Ez 36,29).
En los sapienciales, la esperanza radica en la retribución personal. Para el justo hay esperanza y futuro (Prov 28,7 y 24,14), él puede llamar a Yahvé su esperanza (Sal 61,4 y 71,15), ella excluye el miedo (Sal 46,3 y Prov 28,1). El justo, el pobre y el oprimido esperan en Dios llenos de confianza en Dios, la ayuda de Yahvé (Sal 13,6; 33,18-22 y 119,81.123).
El pecador arrepentido espera el perdón de sus pecados (Sal 51,9 y 130,1-8), pero el hombre justo, el sabio espera la inmortalidad (Sal 3,4), en la resurrección de los muertos (2Mac 7,11.14.20), su esperanza se orienta hacia una paz (Sab 3,3), un reposo (Sab 4,7), una salvación (Sab 5,2), que no está ya en la tierra, sino en la inmortalidad (Sab 3,4), cerca del Señor (Sab 5,15ss), pero la esperanza colectiva se orienta hacia la venida del “Hijo del hombre” (Dan 7).
Nos introducimos en el Nuevo Testamento diciendo primero que el sustantivo esperanza no aparece en los evangelios, sin embargo, el mensaje de Jesús, es un mensaje de esperanza. Donde más aparece el término es en los escritos paulinos o cartas de Pablo, unas 25 veces. En la mayoría de los pasajes donde aparece se conecta con la salvación y se ve desde diversas perspectivas, como el definirla por su propia esencia, desde una visión escatológica, muy variada de su papel fundamental en la salvación, las reacciones que suscita y cómo conseguirla.