CUARESMA CAMINO HACIA LA PASCUA

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Este marzo nos trae la Cuaresma, tiempo fuerte para el creyente, ya que comenzamos nuestra preparación hacia la Pascua, acontecimiento central para el cristiano, pues como nos dice San Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra esperanza”. Vivimos y nos sostenemos en base a la resurrección de Cristo, y por lo tanto, su celebración amerita esta preparación. Así que nos disponemos en este mes a adentrarnos sin miedo en el desierto cuaresmal en dirección hacia la Pascua.

El pueblo judío en la Sagradas Escrituras, se preparó para la primera pascua, aquella que tuvo como antelación la esclavitud en Egipto y luego toda una purificación por el desierto para poder entrar en posesión de la tierra prometida. Hoy, el cristiano camina por este “valle de lágrimas”, como rezamos en la Salve, que es el mundo, en dirección al encuentro con Jesús, hacia nuestra pascua definitiva, aquella que Jesús nos consiguió tras su muerte y resurrección.

Pero, mientras en esta etapa final que vamos viviendo en la Iglesia, pueblo de Dios en marcha, cada año conmemoramos dicho acontecimiento. Lo mismo hizo y hace hoy en día el pueblo judío: celebra aquel acontecimiento liberador de Egipto, como nosotros celebramos el hecho liberador de la muerte y resurrección de nuestro Señor.

La Pascua es pues paso de una situación opresiva y esclavizante, a una vida de y en libertad. Los hombres vivíamos oprimidos por el pecado y por la muerte, pero Jesús, con su acción sacrificial en el calvario y con su posterior triunfo sobre la muerte, aquel primer día de la semana, nos ha liberado y dado nueva vida, ¡y no cualquier vida!, sino vida en abundancia. Por eso, para poder tener una vivencia correcta de la Cuaresma, es importante que esta noción y conocimiento de la pascua esté bien presente en nosotros, pues si no, podríamos caer en los folclorismos cuaresmales de siempre, es decir, hacer sacrificios y penitencias solo por costumbre y tradición, y no por la convicción clara en lo que creemos y hacia la finalidad que la Cuaresma en sí persigue que es la Pascua.

Nuestras actividades cuaresmales, enmarcadas claro está, en toda una atmósfera de penitencia y sacrificio, deben ayudarnos a buscar esa purificación que nos lleve a una auténtica conversión o a una renovación de la misma, para no perder el horizonte último del creyente, que es precisamente la Pascua. 

Vivimos en un mundo donde todo se quiere mezclar y como dicen “na e’ na”, pero cada momento tiene su razón de ser, y la Cuaresma debe ser tomada como momento muy serio en el itinerario espiritual y anual de la vida del creyente. Es un detenernos y vernos seriamente a nosotros mismos y nuestra relación con Dios y con los demás. Ver nuestras fragilidades, nuestros pecados y, dar paso al Espíritu de Dios, y purgar esos otros espíritus mundanos de hoy días, tales como el consumismo, la competencia, el afán desmedido de placer, la búsqueda egoísta de uno mismo, la indiferencia ante nuestros hermanos y sus necesidades, y más, que día a día se van apoderando de nosotros y van nublando nuestro horizonte pascual y nos apartan de nuestra meta que es la pascua eterna.

Entremos al desierto cuaresmal sin miedo, con la mirada firme y dispuestos a dejarnos llevar por el Espíritu, como en su momento pasó con Jesús. Luchemos contra nuestras tentaciones y purifiquemos nuestra fe, para que la luz que nos trae la Pascua, nos guíe y también nosotros lleguemos a la pascua definitiva que anhelamos al lado de nuestro Señor y liberador.