La enfermedad desde la perspectiva de la fe

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En este año, febrero respira patria, amistad y carnaval, no así la Cuaresma como en otros, ya que esta comienza el mes que viene. Pero a nivel de la fe en este año jubilar, hay muchas celebraciones litúrgicas, además de los jubileos que se tienen en Roma y en nuestras Iglesias locales. Febrero nos trae a Nuestra Señora de Lourdes y la Jornada Mundial de Oración por los Enfermos, la cual nos invita a la solidaridad con nuestros hermanos enfermos y a detenernos en la realidad de la enfermedad entre nosotros.

En el evangelio de Juan, llamado también cuarto evangelio, en el capítulo 9 se nos habla del milagro de Jesús a un ciego de nacimiento; en esta parte Jesús aborda la razón de ser de la enfermedad ante una observación hecha por sus discípulos, en consonancia con la fe del Antiguo Testamento, que ve la enfermedad como una consecuencia del pecado del hombre. Jesús le manifiesta a sus discípulos que aquel está enfermo para que se manifiesten en él las obras de Dios. Ante lo duro, difícil y doloroso de las enfermedades ¿cómo poder entender que un hecho que entra en la negatividad de la existencia que la pone en peligro, pueda ser una manifestación de Dios que es bueno en esencia, y propiciador de las acciones positivas del hombre y la mujer en este mundo?

Los expresado por Jesús en San Juan se nos presenta como algo contradictorio; son muchos los intelectuales de la historia que han visto en la presencia de la enfermedad en el mundo, sobre todo en la enfermedad de los niños, un elemento para negar la existencia de Dios, como un Fedor Dostoievski, quien dice que prefiere creer que Dios no existe, pues si existiera, Dios es el ser más malvado, ya que permite el sufrimiento de los inocentes, es decir, de los niños.

La enfermedad es una parte de la vida. Quien está destinado a vivir en algún momento se le manifestará el hecho de la enfermedad en él o en los seres cercanos. Es una realidad propia del hombre, una dinámica de la vida. Por eso, ante ella no está el quejarse o lamentarse, sino el luchar. En su dimensión antropológica, la enfermedad se convierte en motivación para valorar más la vida que se nos ha dado, y para llegar más allá de esa misma vida, en el sentido de preservarla cuidarla y valorarla más y es partir de este presupuesto que Jesús no deja de tener razón

El momento de la enfermedad, a pesar de su dureza y crudeza en ciertos momentos de nuestras vidas, es un tiempo Kairológico, es decir, hay una gran manifestación de Dios. Una primera manifestación es el hecho de la conciencia de lo que somos, de la fragilidad que llevamos en sí y de la necesidad del auxilio divino, en esas situaciones límites en que nos ponen las enfermedades. Un segundo elemento es la necesidad de ayuda para nuestra sanación a través de los instrumentos que el Señor ha puesto, que son la medicina y los médicos. En el libro del Eclesiástico o Sirácida 38, 1-14 el, autor sagrado nos habla de estas dos realidades como obras de Dios para la cura de nuestras enfermedades.

Pero la gran manifestación de las obras de Dios en el momento de estar enfermo es en los hermanos. En estas situaciones podemos apreciar una cadena hermosa de solidaridad de mucha gente con la persona que sufre, no solo por parte de la familia y los amigos, sino de tanta gente que se siente identificada con la necesidad de ayuda que aquel experimenta en esa circunstancia; solidaridad que se da a través del acompañamiento al enfermo, las visitas, la ayuda económica y también en la oración de petición a Dios por su sanación.

Todo esto nos lleva a entender que cada ocasión de la vida por adversa que sea, nos pone ante la providencia maravillosa de un Dios que nunca abandona a sus hijos, de un Dios que obra, que no es indiferente y que siempre está, el asunto es encontrarle; la enfermedad se convierte en un punto de encuentro con las obras positivas de Dios, a pesar de la realidad negativa que ella lleva consigo.