Homilia Nuncio 

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Queridos amigos,

Queridos peregrinos de la esperanza:

En este Año Santo, y probablemente con aún más empeño, se han puesto en camino para aprender de la Virgen María de la Altagracia y en este santuario que también es una iglesia jubilar.

Amadísimos hermanos y hermanas, en los versículos que preceden al texto evangélico de hoy (Lc 11, 4-26), Jesús le da la palabra a un mudo, expulsando al “demonio” responsable de su silencio.

La multitud, se queda admirada, pero las reacciones son diferentes, ya que algunos lo acusan de ser el jefe de los demonios, mientras que otros no se conforman y lo “ponen a prueba” pidiendo más signos o prodigios.

Sin embargo, parece que esas objeciones no se expresan abiertamente, uno casi tiene la impresión de que el demonio del silencio, que salió del hombre al cual Jesús le ha dado la palabra, ha entrado en ellos: es como si esas personas hubieran quedado mudas, bloqueadas en su capacidad de hablar y de expresar una palabra, porque la acción de Jesús, que libera del mal, provoca entre los oyentes dudas, interrogantes y murmuraciones en voz baja.

Pero no todos son así. Una mujer entre la multitud tiene el coraje de “elevar la voz”: sale a la luz, superando el miedo al juicio de quienes la rodean, va contracorriente. Esta mujer ha visto la obra de Jesús, ha escuchado sus palabras y, casi, no puede callar.

Grita que ese Hombre, con sus gestos – devolver la palabra a los mudos era un signo del Mesías – y con sus palabras debe estar, necesariamente, en comunión con el Señor, con el Dios creador de la vida.

Hay una bienaventuranza que se realiza allí, en ese momento preciso. Y si se dirige a quien ha dado a luz a Jesús, también atañe a Jesús mismo. Él es un signo de la plenitud de vida que habita entre los hombres. Es el “dedo de Dios” que vence el mal y restablece a la humanidad en su dignidad, devolviendo la palabra.

El grito de la mujer contrasta con el murmullo de los otros, tan llenos de dudas. Es espontáneo, claro, se tiñe de alegría y felicidad, que no pueden ser encerradas entre los labios. Recuerda el grito de los profetas (cf. Is 21, Lam 2.19) y evoca la urgencia de captar el momento de un evento que está ocurriendo.

El grito de la mujer recuerda la humanidad de Jesús, con el recuerdo de su madre, la Virgen María, de quien nació y fue alimentado; es el reconocimiento de que la bienaventuranza del reino ahora se ha hecho carne en el Hombre que ella ve y escucha, que está rodeado por la multitud, que se puede tocar, con quien se puede dialogar. La maravilla ante Jesús se genera precisamente por su humanidad corriente y sencilla que sabe acercarse a la humanidad herida por el mal.

El grito de la mujer también expresa su deseo de poder participar en esa bienaventuranza. Le gustaría ser ella la madre de quien se habla. Una envidia velada, pero que nace de un profundo deseo de plenitud de vida.

Y las palabras de Jesús reconocen ese deseo y lo acogen, indicando el camino para construir una relación profunda, vital, bienaventurada con Él mismo. Escuchar su Palabra, observarla… – donde el verbo “observar” tiene la connotación de cuidar y proteger esa palabra.

Para esa mujer es una indicación que puede captar bien. La Palabra es casi como un hijo que hay que cuidar dentro de uno mismo y nutrir, hacer crecer y luego generar, sacar a la vida como un hijo que, frente a ella, a su propia mirada, se convierte en signo de la bienaventuranza del Reino. Un hijo que no será más solo para ella, sino destinado a la humanidad. Un hijo que en sus brazos es espejo de la bienaventuranza, pero que está listo para dejarlo “por la salvación” del mundo.

¿No somos nosotros, aquí esta noche en la vigilia de la solemnidad de Altagracia, como la mujer del Evangelio que hemos escuchado? 

Creo que sí, en comparación con ella nos distingue el hecho de que no nos encontramos como ella en medio de una multitud dudosa, sino entre hermanos que se dejan fascinar por la ternura de una Madre que sostiene en sus brazos a un hijo que es suyo, pero también de Dios.

Estamos aquí para contemplar a la Virgen María, en su maternidad de “ALTA GRACIA” 

María es Madre del Señor porque es quien cree en la Palabra y la acoge. Es madre porque ha acogido la Palabra, la concibe, dice que sí. Y luego, como había explicado el evangelista Lucas en el capítulo segundo, cuando los pastores le cuentan lo que han dicho los ángeles y explican quién es ese niño que ha nacido para ella, se dice que María guarda todas estas palabras, meditándolas en su corazón.

María, en su escucha, se convierte en nuestro modelo, sí, porque también nosotros podemos y sabemos escuchar, aunque no siempre lo recordamos.

María es madre no solo porque ha concebido a Jesús, porque uno no es hijo simplemente porque ha sido generado. Uno es hijo cuando es acogido, cuidado, escuchado y amado.

Aquí, esta noche, a los pies de Altagracia, también podemos preguntarnos, ¿cuándo es que una persona es concebida?

Sí, porque hay dos maneras de concebir. Una es la concepción biológica que es similar a la de los animales. Pero nosotros somos humanos y concebimos al otro, sobre todo, cuando lo escuchamos, lo acogemos dentro de nosotros, le dejamos espacio y así entra en nuestro corazón: así, el concebido se convierte en nuestra vida.

Se es realmente madre si escuchas al otro, si te desapareces, te vuelves todo vacío, dejas todo el espacio: este es el vientre, el útero y el oído. De hecho, un antiguo himno siríaco dice que María era toda oído, porque su maternidad, antes que en el vientre, consiste en el oído, en la escucha. La verdadera maternidad es escuchar, que es la forma fundamental de acoger.

Normalmente, hacemos mucha dificultad para escuchar a los otros, no los acogemos. Cuando alguien habla, pensamos enseguida: ¿qué le voy a responder? ¿Cómo le contradigo? En el fondo, tenemos miedo de dejarlo entrar, y lo dejamos fuera de nuestra vida, así no nos afecta. También de Dios, a veces, tenemos miedo y no lo escuchamos, le respondemos que sus palabras son hermosas teorías, pero que la vida es otra cosa, que la vida es difícil. Miramos a Dios con un poco de sospecha, como si su propuesta de vida fuera inalcanzable, al menos para nosotros.

Pero nuestra peregrinación a este santuario mariano en el año santo es una invocación al Espíritu para encontrar la fuerza, el coraje de escuchar. Es necesario escuchar porque Dios es Palabra. Con la Palabra hizo el mundo y puede hacer todo.

Dios podrá realizar grandes obras en nosotros, si lo dejamos libre: hacer al hombre nuevo, hacer al hombre su hijo, para que nosotros nos convirtamos en hijos de Dios, es decir, iguales a Dios, escuchando su Palabra. 

Si escuchas a una persona, la dejas entrar en ti, su manera de pensar, su manera de sentir, su manera de actuar se convierte en la tuya. Y Dios realmente, con su Palabra, nos comunica todo su ser. Como cada uno de nosotros cuando habla, o miente para engañar al otro, o comunica su ser.

Quien comunica se expone a la necesidad de ser acogido, necesita ser acogido, acogido maternalmente por el otro. Y tú, cuando acoges al otro, tienes realmente toda la riqueza del otro. Así, escuchando a Dios, tienes toda la riqueza de Dios, su manera de pensar, de sentir, de amar, de actuar. Su mismo ser, porque la palabra determina el ser de la persona.

Cuando Dios creó al hombre, no dice que lo creó según su especie. El hombre no tiene especie; es como Dios, es imagen y semejanza de Dios, que es amor, que es palabra, que es comunión. Y se convierte como Dios si escucha a Dios. Por lo tanto, nuestra especie es la especie de la Palabra que escuchamos.

La Altagracia recibida por María es ante todo esta del escuchar a Dios que es Palabra, una escucha que ha transformado su vida. 

En esta Vigilia nosotros, peregrinos de esperanza, miramos a Ella que supo escuchar para reaprender a hacerlo, para volver a asemejarnos a Dios, acogidos por sus brazos maternos junto a su Hijo Jesús.

Aquí nos damos cuenta de que nuestro Dios es frágil, es Palabra, pide nuestra escucha para convertirse en fuerza que cambia nuestras vidas y la historia del mundo, como sucedió en María.

¡Feliz fiesta a todos y que la Altagracia continúe protegiendo al pueblo dominicano, a los hijos de la Española y les enseñe los secretos de la escucha que da vida!