Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4, 4-7)
Algunos autores llaman a Filipenses “la carta de la alegría”. Y tienen razón. Más de treinta veces aparece en ella el sustantivo alegría o el verbo alegrarse. Este detalle cobra mayor fuerza si tenemos en cuenta que Pablo la escribe desde la cárcel. Invita a la alegría en un contexto del que se esperaría produjera palabras de amargura. Flp 2, 17-18 es de una contundencia bárbara: “aun suponiendo que mi sangre haya de derramarse… yo sigo alegre y me asocio a vuestra alegría… lo mismo vosotros, estad alegres y asociados a mi alegría”. ¿Cómo puede una persona animar a la alegría estando en duras situaciones de vida?
En la primera línea del texto de hoy se insiste dos veces en que vivamos esa cualidad humana. “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡Alégrense!” Notemos la dimensión teologal-cristológica de dicha invitación: “en el Señor”. La verdadera alegría encuentra su cimiento en el Señor Jesucristo. De quien se dice “está cerca”. La proximidad del Señor ha de ser para el cristiano fuente de alegría. Es la alegría que brota de la certeza de que Jesús está con la persona, siendo acompañada por él en cualquier situación.
Si en el momento de escribir la carta esa cercanía tal vez se refiriera a su segunda venida (adviento del futuro); nuestra lectura de hoy debe hacernos pensar en su “venida espiritual”, adviento del presente o adviento espiritual. Pasamos, así, a la dimensión espiritual de la alegría. Recordemos que ese es uno de los regalos de Cristo resucitado y uno de los frutos del Espíritu Santo. La Navidad es un contexto idóneo para renovar nuestra alegría cristiana. La dimensión espiritual de dicha alegría viene señalada por la invitación a la mesura que aparece en seguida: Vida con sentido (alegría) y vida ejemplar (“mesura”) es la auténtica vida cristiana. ¡Cuánta falta nos hace cultivar una mística del gozo?
De esta manera Pablo invita a superar cualquier disfrute narcisista de la vida. El gozo, la alegría, en cuanto sentimiento vital debe expresarse en lo exterior, en un estilo de vida concreto. Por eso deja claro que la alegría experimentada por el seguidor de Jesús debe reflejarse en bondad y mansedumbre. Conviene que en este tiempo de adviento cultivemos esa cualidad tan profundamente humana: la alegría que se verifica en el ejercicio de la bondad. De esta manera la alegría no queda reducida a un simple estado de ánimo, sometida a los vaivenes del humor personal, sino como un fruto de la vida bondadosa que brota del Espíritu.
Luego el texto invita a evitar toda inquietud y presentar nuestros deseos a Dios. Navidad también es tiempo en que exponemos nuestros deseos. Notemos que aparecen unidas la oración de súplica y la de gratitud. Eso es típico de la oración de petición bíblica. El orante, inmediatamente suplica a Dios le da gracias por haber sido escuchado. Es la mayor muestra de fe de la persona creyente. Sabe que sus súplicas nunca serán desoídas. Vivir alegres y sin angustia no es una ilusión. Ambas actitudes no quitan las dificultades de la vida, sino que ayudan a vivir con ellas. A eso se refiere la paz que desea el apóstol al final del texto.
Miremos que es una paz “que sobrepasa toda inteligencia”, esto es, que escapa a toda comprensión humana. De ahí que sea una vivencia que va más allá de la experiencia natural. Es precisamente el deseo de los pastores que visitan el pesebre la noche de Navidad.